Palencia es una emoción:

17 enero 2013

¿Quiere usted expatriarse conmigo?

Lo vengo pensando desde hace tiempo, quisiera ser un expatriado, no sé por qué eso de ser un expatriado “vende” mucho. Uno se puede ir de su país por trabajo, por ejemplo, pero entonces pasa de ser un expatriado, palabra de resonancias románticas, a ser un inmigrante. No es lo mismo. Los que se van a Alemania a trabajar son emigrantes. Guardiola incluido, aunque sea de lujo.

Un expatriado lo es por razones políticas, sentimentales tal vez o incluso delictivas. Puro romanticismo, como ven, si excluimos a aquel segurata bizco y calvo que huyó a Brasil y le pillaron. Yo no quiero ser emigrante a Alemania, con lo estrictos que son en cosas del trabajo y lo jodío que debe ser aprender a hablar con la garganta. Yo quiero ser un expatriado que es de mayor postín.

Los tiempos actuales están para las dos cosas, para emigrar y para expatriarse. Lo uno se lo debemos a los políticos y lo otro… también. Si ustedes me permiten voy a dejar lo de la emigración que me trae recuerdos de la década de los sesenta, cuando mis vecinos tenían que coger el tren en la estación de Venta de Baños para ir a Francia, a Suiza o… a Bilbao, los castellanos hemos sido siempre unos maltratados por los gobernantes. Esperen, ahora que lo pienso ¿años sesenta del siglo pasado? Joé, la Historia se repite, ¿estaremos en un bucle de tiempo? ¿Nos reencarnaremos como dicen los hindúes? ¿Volverá Franco? Porque la emigración ha vuelto… bueno, seguro que Franco no vuelve pero la culpa seguirá siendo suya, cuarenta años después.

Así que me mejor quedo con la expatriación. No puedo ser un expatriado por amor, mi mujer me lo tiene prohibido desde que salí a por tabaco y me entretuve unas cuantas horas tomando una cerveza con una amiga en el bar de abajo. Podría expatriarme por un asunto de dinero, tal vez un desfalco, una estafa o algo así… pero o me hacía previamente político para que me amnistiaran y me incorporaran con un sueldazo a una empresa recientemente privatizada o terminaban por pillarme a los pocos meses, como al segurata ese de antes.

Sólo se me ocurre una manera elegante y romántica de expatriarme: Como protesta política. ¿Hay algo más hermoso y altivo que un expatriado político? Cuando uno lleva vividos tantos escándalos sexuales públicos del Rey, cuando uno lleva conocidos tantos alcaldes que ganan más que el presidente del Gobierno (Todavía me acuerdo de un presidente de la Diputación de Palencia, al que me encuentro frecuentemente en la panadería, es lo que tiene una ciudad pequeña), cuando existen tantos políticos con decenas de asesores a cincuenta mil euros por cabeza, tipo Carromero, por ejemplo, cuando uno conoce tantos hijos de mala madre dedicados a la política que se envuelven en la bandera, en los intereses de la clase obrera o de las clases medias cuando les pillan con las manos en la bolsa de basura de billetes de 500 euros le entran unas ganas locas de expatriarse.

Hecho, me expatrío, creo que debo hacerlo, convocaré a la prensa y les contaré mis razones, mi vergüenza de ser compatriota de tanto caradura y me expatriaré… A ver, a Alemania ya he dicho que no… sólo me queda Francia y algún cantón suizo. También Hispanoamérica. ¿Pero y si me confunden con uno de mis vecinos emigrantes? ¿Deberé colgarme al cuello un cartel en varios idiomas explicando que lo mío es un compromiso de altas miras con la sociedad? Sólo se me ocurre una solución, amigo lector, expatríese conmigo, vayámonos todos, abandonemos todos a la vez este pútrido barco dejando a sus nefastos gestores con la boca abierta, huyamos de esta cueva de Alí Babá mientras no nos abandone la rabia por tanta ignominia, mientras nos quede un euro en el bolsillo sin que se lo hayan llevado, mientras podamos ir con la cabeza bien alta distinguiéndonos de ellos. Eso sí, pongámonos todos de acuerdo en negar que somos españoles, escojamos un país minúsculo e insignificante, Andorra, San Marino, Chipre, echémoslo a suerte y roguemos que nos nacionalicen, neguemos ser compatriotas de tanto bárbaro medieval que arrasa nuestro país, bajo cuyas pezuñas no vuelve a crecer el bienestar.

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