Lo vengo pensando desde hace
tiempo, quisiera ser un expatriado, no sé por qué eso de ser un expatriado “vende”
mucho. Uno se puede ir de su país por trabajo, por ejemplo, pero entonces pasa
de ser un expatriado, palabra de resonancias románticas, a ser un inmigrante.
No es lo mismo. Los que se van a Alemania a trabajar son emigrantes. Guardiola incluido,
aunque sea de lujo.
Un expatriado lo es por razones
políticas, sentimentales tal vez o incluso delictivas. Puro romanticismo, como
ven, si excluimos a aquel segurata bizco y calvo que huyó a Brasil y le
pillaron. Yo no quiero ser emigrante a Alemania, con lo estrictos que son en
cosas del trabajo y lo jodío que debe ser aprender a hablar con la garganta. Yo
quiero ser un expatriado que es de mayor postín.
Los tiempos actuales están para
las dos cosas, para emigrar y para expatriarse. Lo uno se lo debemos a los
políticos y lo otro… también. Si ustedes me permiten voy a dejar lo de la emigración
que me trae recuerdos de la década de los sesenta, cuando mis vecinos tenían
que coger el tren en la estación de Venta de Baños para ir a Francia, a Suiza o…
a Bilbao, los castellanos hemos sido siempre unos maltratados por los
gobernantes. Esperen, ahora que lo pienso ¿años sesenta del siglo pasado? Joé,
la Historia se repite, ¿estaremos en un bucle de tiempo? ¿Nos reencarnaremos
como dicen los hindúes? ¿Volverá Franco? Porque la emigración ha vuelto… bueno,
seguro que Franco no vuelve pero la culpa seguirá siendo suya, cuarenta años
después.
Así que me mejor quedo con la
expatriación. No puedo ser un expatriado por amor, mi mujer me lo tiene
prohibido desde que salí a por tabaco y me entretuve unas cuantas horas tomando
una cerveza con una amiga en el bar de abajo. Podría expatriarme por un asunto
de dinero, tal vez un desfalco, una estafa o algo así… pero o me hacía
previamente político para que me amnistiaran y me incorporaran con un sueldazo
a una empresa recientemente privatizada o terminaban por pillarme a los pocos
meses, como al segurata ese de antes.
Sólo se me ocurre una manera
elegante y romántica de expatriarme: Como protesta política. ¿Hay algo más
hermoso y altivo que un expatriado político? Cuando uno lleva vividos tantos escándalos
sexuales públicos del Rey, cuando uno lleva conocidos tantos alcaldes que ganan
más que el presidente del Gobierno (Todavía me acuerdo de un presidente de la
Diputación de Palencia, al que me encuentro frecuentemente en la panadería, es
lo que tiene una ciudad pequeña), cuando existen tantos políticos con decenas
de asesores a cincuenta mil euros por cabeza, tipo Carromero, por ejemplo,
cuando uno conoce tantos hijos de mala madre dedicados a la política que se
envuelven en la bandera, en los intereses de la clase obrera o de las clases
medias cuando les pillan con las manos en la bolsa de basura de billetes de 500
euros le entran unas ganas locas de expatriarse.
Hecho, me expatrío, creo que debo
hacerlo, convocaré a la prensa y les contaré mis razones, mi vergüenza de ser
compatriota de tanto caradura y me expatriaré… A ver, a Alemania ya he dicho
que no… sólo me queda Francia y algún cantón suizo. También Hispanoamérica. ¿Pero
y si me confunden con uno de mis vecinos emigrantes? ¿Deberé colgarme al cuello
un cartel en varios idiomas explicando que lo mío es un compromiso de altas miras
con la sociedad? Sólo se me ocurre una solución, amigo lector, expatríese
conmigo, vayámonos todos, abandonemos todos a la vez este pútrido barco dejando
a sus nefastos gestores con la boca abierta, huyamos de esta cueva de Alí Babá
mientras no nos abandone la rabia por tanta ignominia, mientras nos quede un
euro en el bolsillo sin que se lo hayan llevado, mientras podamos ir con la
cabeza bien alta distinguiéndonos de ellos. Eso sí, pongámonos todos de acuerdo
en negar que somos españoles, escojamos un país minúsculo e insignificante, Andorra,
San Marino, Chipre, echémoslo a suerte y roguemos que nos nacionalicen,
neguemos ser compatriotas de tanto bárbaro medieval que arrasa nuestro país,
bajo cuyas pezuñas no vuelve a crecer el bienestar.
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