El derecho a la manifestación es
uno de los primeros a salvaguardar en toda democracia. Un político al uso diría
que es “inalienable”, yo prefiero decir que es “impepinable”. El mismo derecho
tenían los “rojos piojosos” del 15M que tomaron para sí la puerta del Sol que
los “pijos fachosos” que ahora toman una esquina del barrio de Salamanca.
Usted podrá simpatizar más con
unos que con otros, yo también, pero ambos tienen el mismo derecho. Solo los
políticos más sectarios, menos demócratas, aprovecharán para criticar al
contrario, incluso para denigrarlo por pensar de otra manera. Tengo yo para mí,
esta es una sección de opinión, que la izquierda no está habituada a dejarse
pisar la calle, que es su terreno habitual, y en esta ocasión los sectarismos les
han estallado delante. Y a Pablo Echenique, las contradicciones. A mí me gusta
que las gentes de derechas, siempre tan asustadizos para protestar y salir a la
calle, siempre tan de “a mí, mientras no se metan conmigo…”, se hayan echao p’alante
y tomado la iniciativa, una iniciativa extraña para ellos.
Personalmente estoy hasta las
gónadas de aguantar este encierro por culpa de la ineptitud de un gobierno
(obsérvese que no hablo de ideología) que se pasó por el forro de la
indiferencia lo que durante varias semanas estaba pasando en Italia. Como si no
hubiera una embajada española en Roma, como si no hubiera consulados en las
diversas regiones. Como si no hubiera diversos avisos internacionales. Como si
no llegaran aviones de China cada dos por tres.
Gracias a su cortedad de vista, a
su nula iniciativa, a su “dejar hacer, dejar pasar”, debemos lamentar miles de
muertos y los vivos estamos encerrados en vida, con derechos limitados,
incluido el de circulación.
Pero la casa se les cae por los
pies a los “cayetanos” cuando se pasan por el forro de sus caprichos normas
elementales como las de distancia social, distancia de sanidad. Agruparse en
las actuales circunstancias es un error grave que, sobre todo, puede extender
la enfermedad, ero que proporciona armas dialécticas a sus contrarios. Son tan
insensatos como esos peatones que llenan las estrechas aceras del centro de mi
ciudad cada tarde al llegar las ocho, tan insensatos como los que van y vienen
de tienda en tienda, de supermercado en supermercado, de farmacia en farmacia,
sin llevar mascarilla, sin guantes, sin mantener las distancias mínimas
imprescindibles. Memos e insensatos, como un gobierno que no ha ordenado a
todos los ciudadanos ponerse la mascarilla desde el minuto uno… porque fue incapaz
de prever la situación y ponerlas a nuestra disposición.