Una de las peores publicidades que sobre Palencia se ha intentado llevar a cabo es aquella que presenta una cualquiera de las hermosísimas imágenes de nuestra provincia enfatizada con la palabra “Silencio”. Palencia es ciertamente una tierra tan hermosa como variada, de las inmensas llanuras de Tierra de Campos o de las suaves ondulaciones de la Valdavia, el Boedo o la Ojeda a las altas cumbres de las proximidades de los Picos de Europa la provincia ofrece una diversidad increíble de paisajes, con profusión de grandiosos monumentos y lugares donde la corona de Castilla escribió grandes páginas de la Historia.
Pero de los héroes y sus batallas no se come en el siglo XXI ni tampoco de una belleza paisajística o monumental que no interesa más que a selectas minorías. Aquí no hay playa, que es lo que mola a los turistas, y lo demás no cuenta. Supongo que precisamente todo eso fue lo que se quiso vender con aquel triste eslogan publicitario que en realidad sólo mostraba nuestras carencias. Vender el silencio de Palencia es vender nuestra decrepitud, nuestro despoblamiento, nuestro envejecimiento, nuestro agónico final. España en cuestión de población y de industria y desarrollo es un “donuts”, si hacemos la excepción de Madrid. Todo lo demás no existe. Todos los demás no existimos.
Porque silencio sobra en Palencia. En Támara, en el Cerrato, en los Redondos sobra silencio y falta juventud, falta empuje y falta industria. No hay futuro, esto se acaba. Y tenemos a los políticos provinciales mejor pagados de España (y a quienes me lean de fuera de Palencia les advierto que no es exageración) sin que sirva absolutamente para nada, pues ningún beneficio para Palencia se deriva de tan altos estipendios.
Sobra silencio y falta futuro. Especialmente lejos de la capital. Ya casi no cabemos en la ciudad, hasta el punto de que en los últimos años se están desarrollando los pueblos dormitorio en el alfoz de la capital, pueblos antaño tan deprimidos como el resto de la provincia pero que han encontrado en el chalé adosado, ladrillo, cemento y hormigón, un súbito revivir al que aferrarse desesperadamente.
Todos queremos vivir cerca de las tiendas, de los bares, de los cines y de las luces de neón. Y de los hospitales, claro, a nadie nos interesa vivir a más de cien kilómetros de un hospital. Y si encima están con montaña o nieve por el medio hay razón de más. Que todos somos muy fuertes, enormemente duros y orgullosamente resistentes hasta que nos ponemos malitos y nos echamos a temblar. Y entonces queremos un hospital a mano.
Y eso pasa en el norte de la provincia, que hay miles de personas, muchas veces ancianas, muy alejadas de un hospital, muy lejos de las atenciones médicas más desarrolladas, a expensas de que la ambulancia llegue a tiempo, los recoja a tiempo y una hora y pico después los deje ¿a tiempo? en el hospital de Palencia. Que esperen los ancianos, que esperen los partos, que esperen los enfermos, que tenemos ciento veinte kilómetros hasta el hospital de Palencia, por ejemplo, y si la lluvia o la nieve o la nieve nos dejan llegaremos en una hora. O más.
Palencia se despuebla. Silencio. La gente, la dura gente que va quedando por allá arriba, entre osos, riscos y vientos fríos, quiere un hospital, necesita un hospital. Silencio. Y luego nos quejamos de que los pueblos se quedan solos. Silencio. Y no hay manera de conseguir algo que se parezca a ello, algo que pueda satisfacer mínimamente las necesidades más perentorias. Silencio. Y tenemos los políticos mejor pagados. Silencio, silencio, silencio… muuuucho silencio.
Per secula seculorum, me temo. Mucho.
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