No, ciertamente usted ha pensado bien: este año tampoco me ha tocado el gordo. Seguro que en caso contrario no diría esto. Pero es que la navidad entera me la refanfinfla, y ustedes me sabrán perdonar.
Para navidades auténticas aquellas de cuando nevaba, cuando por fin nos juntábamos todos en casa, al calorcillo de la cocina, asábamos castañas y mis hermanos contaban sus últimas aventuras estudiantiles o laborales.
Ahora ni nieva ni es navidad. Hemos sustituido la navidad por la fiesta y, claro, no es lo mismo, la fiesta es sólo fiesta y hay muchas a lo largo del año. Ahora seguimos reuniéndonos los hermanos, al menos algunos, pero los muy jodíos se han llenado de críos berreones. Y cuñadas, se han llenado de cuñadas, lo que es infinitamente peor.
Bueno, el que se ha llenao de cuñadas he sido yo, parece que Dios las cría y ellas se multiplican. Las cuñadas sólo sirven para ocupar mi sillón favorito y ver infinitas ristras de telenovelas. Toda la tarde en mi sillón. Toda la tarde sin mi televisión. Antes estábamos felices de encontrarnos todos los hermanos, ahora estamos rechinando los dientes por encontrarnos con las cuñadas. Porque, apuesten, apuesten, estoy seguro de que todos mis hermanos piensan como yo respecto a las cuñadas, que son inaguantables.
El caso es que navidad ya no significa villancicos, belén, musgo robao del corral de la vecina y cuatro bolazos de nieve bien tirados. Ahora navidad significa que hay que comprar mucho, salir mucho y vocear mucho. No, no me refiero a mis hermanos ni siquiera a mis cuñadas, me refiero a ustedes, lectores. ¿No se han dado cuenta de que la navidad empieza cuando lo dice El Corte Inglés? Navidad es un periodo que va entre los siete días de oro y la semana fantástica, pillando por el medio el periodo de rebajas de enero y febrero.
La navidad me empieza a fastidiar, por repetitiva, más que nada, la navidad me la refanfinfla con chorreras de organdí. Desde los pesaos de los niños de San Ildefonso a los saltos de esquí del día uno de enero. Joé, si es que podían poner la programación de hace siete años y nadie notaría nada. Luego ponemos al Rey a decir lo de siempre, a Ana Obregón o Anne Igartiburu dando las campanadas en tanga con vestido trasparente y… ¿quién me dice que no es la programación del año pasado? ¿O la del año que viene?
Miren, en la único que se diferencia una navidad de otra es en el nombre de la cuñada que está embarazada. Al principio yo pensaba que se habían puesto de acuerdo para “embarazarse” cada año una. Luego comprendí que no, que en realidad lo que hacían era competir por llamar la atención. Lo descubrí hace tres o cuatro años cuando dos de ellas, Isolina y Jéssica coincidieron en su embarazo. La primera en decirlo fue Isolina, áspera guardia de tráfico en su pequeña capital de provincia. Y todos corrimos a felicitarla y darle muchos besos y hacerla el centro de nuestra atención. Enseguida saltó Jéssica María, taxista de profesión en la misma ciudad: “Sí, pero yo voy a tener gemelos”. Y la otra se echó a llorar, claro. Unos meses después la primera tenía un bebé que se parece mucho al jardinero de su casa y la segunda una multa por aparcar mal cuando iba al ginecólogo.
Así que el “gordo” me la refanfinfla, me la refanfinfla la navidad actual y me la refanfinflan las esposas de mis hermanos, de las que puedo hablar tan sinceramente en este blog porque sé lo mucho que siempre les ha costado juntar letras. Una vez les regalé un libro y me preguntaron que para qué servía. O que dónde tenía los botones, ya no recuerdo bien.
Que ya no hay navidad como las de antes, cuando celebrábamos la Navidad
Para navidades auténticas aquellas de cuando nevaba, cuando por fin nos juntábamos todos en casa, al calorcillo de la cocina, asábamos castañas y mis hermanos contaban sus últimas aventuras estudiantiles o laborales.
Ahora ni nieva ni es navidad. Hemos sustituido la navidad por la fiesta y, claro, no es lo mismo, la fiesta es sólo fiesta y hay muchas a lo largo del año. Ahora seguimos reuniéndonos los hermanos, al menos algunos, pero los muy jodíos se han llenado de críos berreones. Y cuñadas, se han llenado de cuñadas, lo que es infinitamente peor.
Bueno, el que se ha llenao de cuñadas he sido yo, parece que Dios las cría y ellas se multiplican. Las cuñadas sólo sirven para ocupar mi sillón favorito y ver infinitas ristras de telenovelas. Toda la tarde en mi sillón. Toda la tarde sin mi televisión. Antes estábamos felices de encontrarnos todos los hermanos, ahora estamos rechinando los dientes por encontrarnos con las cuñadas. Porque, apuesten, apuesten, estoy seguro de que todos mis hermanos piensan como yo respecto a las cuñadas, que son inaguantables.
El caso es que navidad ya no significa villancicos, belén, musgo robao del corral de la vecina y cuatro bolazos de nieve bien tirados. Ahora navidad significa que hay que comprar mucho, salir mucho y vocear mucho. No, no me refiero a mis hermanos ni siquiera a mis cuñadas, me refiero a ustedes, lectores. ¿No se han dado cuenta de que la navidad empieza cuando lo dice El Corte Inglés? Navidad es un periodo que va entre los siete días de oro y la semana fantástica, pillando por el medio el periodo de rebajas de enero y febrero.
La navidad me empieza a fastidiar, por repetitiva, más que nada, la navidad me la refanfinfla con chorreras de organdí. Desde los pesaos de los niños de San Ildefonso a los saltos de esquí del día uno de enero. Joé, si es que podían poner la programación de hace siete años y nadie notaría nada. Luego ponemos al Rey a decir lo de siempre, a Ana Obregón o Anne Igartiburu dando las campanadas en tanga con vestido trasparente y… ¿quién me dice que no es la programación del año pasado? ¿O la del año que viene?
Miren, en la único que se diferencia una navidad de otra es en el nombre de la cuñada que está embarazada. Al principio yo pensaba que se habían puesto de acuerdo para “embarazarse” cada año una. Luego comprendí que no, que en realidad lo que hacían era competir por llamar la atención. Lo descubrí hace tres o cuatro años cuando dos de ellas, Isolina y Jéssica coincidieron en su embarazo. La primera en decirlo fue Isolina, áspera guardia de tráfico en su pequeña capital de provincia. Y todos corrimos a felicitarla y darle muchos besos y hacerla el centro de nuestra atención. Enseguida saltó Jéssica María, taxista de profesión en la misma ciudad: “Sí, pero yo voy a tener gemelos”. Y la otra se echó a llorar, claro. Unos meses después la primera tenía un bebé que se parece mucho al jardinero de su casa y la segunda una multa por aparcar mal cuando iba al ginecólogo.
Así que el “gordo” me la refanfinfla, me la refanfinfla la navidad actual y me la refanfinflan las esposas de mis hermanos, de las que puedo hablar tan sinceramente en este blog porque sé lo mucho que siempre les ha costado juntar letras. Una vez les regalé un libro y me preguntaron que para qué servía. O que dónde tenía los botones, ya no recuerdo bien.
Que ya no hay navidad como las de antes, cuando celebrábamos la Navidad
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