Soy creyente, mea culpa, es un error que vengo arrastrando desde hace demasiados años como pa cambiar ahora. Pero no consigo que me preocupe ni me obsesione ni suponga un freno a mi disfrute de la vida.
El único límite a mi disfrute de la vida lo suponen mis obligaciones familiares, sociales y laborales y con ello Dios tiene nada que ver. Claro que al mismo tiempo no podría vivir sin esas obligaciones y las contrapartidas que traen. Pura delicia, se lo juro.
Si no me toman por rata de sacristía ni me ofenden con algún insulto de los que ya son habituales para los católicos, casi me atrevería a decir que el hecho de que Dios exista me sirve de alivio pa lo que tengo que aguantar en este mundo. Y no por la existencia de Dios, sino por la existencia de tanto imbécil como puebla la faz de la tierra, creyente, ateo o mediopensionista.
No, el infierno y los castigos por ser “malo” no consiguen hacerme sufrir. Lo tengo en cuenta, claro, pero les juro que es lo último en que pienso cada vez que cometo una de las barrabasadas habituales que me igualan a esos imbéciles a los que hacía alusión más arriba. Créanme, pa infierno nuestro gobierno y su oposición. Y mi vecino de arriba, la mirada de los clientes de la taberna de enfrente cuando salen bien “cociditos” y las voces que me pega mi jefa cada tarde que llego con retraso al trabajo. Que el infierno está en este mundo y somos nosotros, coño.
He hecho un profundo trabajo de introspección y me he concentrado durante un par de segundos por lo menos, he revivido mis últimos años como en una peli, tal cual dicen de los agonizantes, y no he conseguido hallar un ratito de preocupación por la existencia de Dios. Eso si exceptuamos cuando le di una patada a Pablito, jugando un partido de fútbol en la plaza de mi pueblo, y me espetó a todo volumen: “Jalá te mueras, cabrón”. Y es que Pablito siempre tuvo muy mala leche, hasta que se hizo ateo y encontró la paz, y yo acababa de tomarme dos trozos de tarta en contra de las severas órdenes de mi señora madre.
¿Saben? Lo que sí me preocuparía es que al final ustedes tuvieran razón y no hubiera Dios, la de hijos de puta que se iban a escapar después de haberla armado cojonuda en este mundo. ¡La de empresarios deshonestos, la de obreros desleales, la de corruptores de menores, alguno de ellos eclesiástico, que se iban a escapar por la puerta grande! Y la de gente entregada a los demás, la de miembros de las diferentes iglesias sacrificados de por vida, la de seglares altruistas y generosos a raudales que se iban a ver no sólo sin el merecido premio, sino equiparados a tanto sinvergüenza como acabo de nombrar.
¿O no es pa echarse a temblar si Dios no existiera?
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