Nieva silencio. Dejo atrás Cervera
llena de vida, con algarabía y bullicio en sus calles, camino de tierras de historia
y leyenda. Un poco más arriba la Pernía me recibe vestida de primera comunión,
con quietud de ermita rupestre, envuelta la mañana en horas vacías que me llenan
de serenidad. El cielo aparece absolutamente monocorde, el suelo también. Y el
silencio es el amo.
Me paro en un alto; a mis pies, el
Pisuerga con vocación de mar; más allá, Vañes y un horizonte difuminado bajo la
nieve. Quisiera ponerle nombre a todas las montañas, a todos los regatos, a los
árboles y a las nubes y hacerme su amigo para invitarlos a mi soledad y compartir
su conocimiento de siglos. Cuando llego al pueblo una pequeña troupe de cigüeñas
parece telegrafiar mis pasos con sus picos, horadando la mañana,
imperturbables, adustas, desafiantes a la temperie.
Hay una cadencia extraña en las
cosas, parece no existir el tiempo, la mañana podría ser eternamente la misma
si por el reloj de arena del horizonte no se deslizaran incesantemente miles de
copos de nieve. De alguna chimenea sale señal de vida, dando testimonio de que
el general invierno no puede con los pernianos, demasiados siglos aquí para
dejarse vencer ahora. El silencio y la calma viven aquí y yo he venido para
acunarme en ellos, buscando tal vez una palmadita en la espalda y una palabra
de aliento.
Camino unos centenares de metros
hasta un puente. Debe ser verdad que el tiempo se ha detenido porque no
recuerdo ya bajo qué reinado godo empezó su eternamente pendiente arreglo.
Abajo, el pantano me devuelve mi mirada, agitada en un pequeño remolino que se
hiela al llegar a un remanso. No se sabe dónde empieza el cielo y dónde acaba
al agua, se abrazan y se funden a lo lejos en grises sin luz, tamizados por
copos cada vez más finos.
Reemprendo el camino animado
tontamente por un momentáneo aumento de la luz. Me equivoco, por San Salvador
nieva en voz alta y para alguien de la meseta esos copos de montaña son
palabras mayores. Ni un café, media vuelta sin detenerme y a deshacer lo
andado. Sigo, como todo el camino, la vera del Pisuerga, remansado casi
siempre, alegre y trotón de vez en cuando.
Termino en Cervera, donde me rindo
a comer platos contundentes junto a un balcón. Desde La Galería observo la
monotonía de nieve y la indiferencia de los ciudadanos. Debajo, los soportales
son un río de historia que no cesa, hitos que señalan la vida que lleva siglos trascurriendo
bajo ellos. Y sin embargo nieva silencio.
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