José Manuel Caballero Bonald ha
dicho al agradecer el premio Cervantes que la poesía permite corregir las
erratas de la historia. ¡Y luego me preguntan que para qué sirven la literatura
y las palabras bellas! Como poco son las balas de algodón que frenan los
impactos de la vida o el algodón que limpia y desinfecta las heridas que ésta
nos deja.
La frase del poeta me ha hecho
pararme un minuto a reflexionar sobre la poesía y la historia, a reflexionar
sobre si habrá suficiente poesía para envolver la actualidad o si la historia,
que explica la vida a toro pasado, encontrará palabras sin erratas para contar
lo que nos está pasando.
No soy dado a revoluciones ni a
grandes aspavientos, a mi edad tengo mucho ya visto y algo he aprendido. Pero
todavía conservo mi capacidad de asombro para no admitir con encogimiento de
hombros las barbaridades sociales y los disparates económicos que están
sucediendo. Y cuando digo barbaridades y disparates lo hago sin conocer todavía
qué nuevas medidas va a aprobar hoy el consejo de ministros.
Pero un disparate es que haya
casas vacías mientras hay vecinos sin casa. O que un gobierno socialista
facilitase juzgados para desahucios. Un disparate es que nuestras autonomías
tengan deudas y sus consejeros en la televisión pública cobren más que el
presidente del gobierno. Un disparate es que a los funcionarios se les recorte
el sueldo mientras se suben complementos a los cargos medios. Y también que
suban los cargos medios… ¿Hay poesía que cure tanto daño?
Y una barbaridad es que todo ello
se intente solucionar subiendo los impuestos sin haber ahorrado antes gastos
superfluos e inútiles. O que los parlamentarios con dos legislaturas tengan ya
asegurada su pensión mientras algunos pensionistas sufren para llegar a fin de
mes. O que disponiendo de un listado tan prolijo de sinvergüenzas no haya
ninguno de importancia en la cárcel.
Estamos sin duda viviendo una
errata de la Humanidad, una época excepcionalmente negra que nuestros biznietos
calificarán con enérgica repulsa, viéndola con la misma incomprensión y dolor
con que nosotros vemos la revolución industrial del siglo XIX, cuando
trabajaban los niños o cuando los obreros trabajaban doce horas diarias, siete
días a la semana.
Puede que la poesía sea el
algodón que suavice el encontronazo que nos está dando la vida pero dudo que
haya producción mundial suficiente. Ni de poesía ni de algodón.
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