Tengo yo para mí que los españoles
somos unos acomplejados, que si fuésemos medianamente normales lo de Gibraltar
sólo sería un recuerdo chistoso de un pasado lejano. Sólo a los españoles nos
da vergüenza ser como somos, reconocernos españoles y admitirlo públicamente. Para complejos, los nuestros.
Después de varios siglos lo de
Gibraltar no tiene ya solución por mucha mala leche que nos entre… si nos
entra, que hay españoles a los que este asunto les importa un comino. A estas
alturas nos hemos tragado demasiadas veces nuestro orgullo como para que se nos
altere el corazón por los llanitos.
Nos toman el pelo desde el famoso
tratado, amplían su aeropuerto, nos bloquean a nuestros pobricos pescadores y
nada, salvo lamentarnos, podemos hacer. Cerrar la frontera al estilo Franco o
ponerles trabas burocráticas a los que entran y salen sólo tiene desventajas
para todos, pero especialmente para los españoles que van a trabajar al Peñón y
para comercios, restaurantes y putas de los alrededores.
Viven a nuestra cuenta, de
nuestros impuestos, burlando nuestras leyes y aprovechándose de sus ventajas
fiscales, residiendo oficialmente en un lugar y beneficiándose de sus propiedades
inmobiliarias en España. Puede que los gibraltareños se aprovechen de nosotros,
puede que tengamos poco que ganar, puede que nuestro honor, tan mancillado, no
tenga reparación posible. Pero la culpa, tres veces centenaria, es de nuestra
clase dirigente, tan preocupada de los suyo que no se ocupa de lo “nuestro”, de
lo de todos. Dejémoslo en las respuestas diplomáticas tradicionalmente inoperantes,
Gibraltar nunca será español.
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