Soy, como el lector habitual ya
conoce, un profundo desencantado del sistema actual, esto que llamamos
democracia y que aunque se le parece bastante deja mucho que desear. Mi
desencanto me ha llevado de la izquierda a la derecha, de confiar en el funcionamiento
partidista del que nos hemos dotado a no votar o votar a partidos minúsculos
sin posibilidades de alcanzar el poder pero con deseos de echar por la borda
todo cuanto de inútil hay en las actuales instituciones.
Del PSOE desconfié cuando a Felipe
González le inundó la corrupción y se pasó años negándola y sin combatirla
frontalmente. Reconozco sin embargo sus grandes méritos en la trasformación de
una sociedad estancada y fracasada. Sus sucesores socialistas, crisis interna tras
crisis, nada han hecho por recuperar mi confianza. Zapatero, un ignorante en asuntos
económicos como Jordi Sevilla reconoció, se encontró con la crisis más grande y,
tal vez sea seña de identidad socialista, también la negó y no supo verla
venir, incluso cuando los diarios más serviles hablaban, mes tras mes, del
estallido de la burbuja inmobiliaria que se avecinaba a años vista. Al menos
durante el Zapaterazo no nos apechugaba la corrupción, aunque sí el despilfarro
del “Plan E”. Rubalcaba no es apreciado ni por sus propios conmilitones,
prescindamos de él, sólo la radicalización le acompañará a él y a sus
sucesores. La izquierda ha perdido el norte.
Aznar supo remar en la dirección
en que le llevaban las aguas económicas del momento. España creció pero no supo
prevenir tiempos peores buscando una diversificación de las inversiones, sin
orientar la Economía en busca de alternativas industriales a la construcción
desaforada e inútil que tenía entonces lugar. Todos estos presidentes
coincidieron en una cuestión: satisfacer las demandas insaciables (la
contradicción en los términos es voluntariamente buscada) de los partidos
nacionalistas, creyendo ingenuamente que algún día tendrían fin, prolongando la
agonía del Estado y dejando permanentemente sin cerrar el mapa autonómico.
Torpes, miren dónde nos llegamos.
Y en éstas llegó el señor Errores.
Empezó su tarea por donde la había acabado su antecesor, recortando derechos,
eliminando logros sociales, suprimiendo o reduciendo pagas, becas y pensiones.
La reforma de la Administración, ese amazonas económico que nos desangra, ha
tenido que esperar años hasta ver sus primeros esbozos; mientras tanto, a pesar
de recortes salariales y de derechos, la sangría de España no tenía fin. Lo que
se ahorraba en sueldos, en becas o en prestaciones sociales se iba en miles de
partidas innecesarias de una Administración rocambolesca, repetitiva y
dilapidadora. No ha sabido crear ilusión y expectativas, con él la economía se
hunde irremediablemente. Como Zapatero ve brotes verdes.
Pero lo peor del rajoyazgo es la
sensación de la pérdida de control del Estado, de haber dejado el Estado en
manos de estúpidas multinacionales corsarias y de banqueros sin escrúpulos que
han saqueado Cajas de Ahorro y otras entidades financieras y comerciales, de
que los hilos de las decisiones que corresponden a un gobierno eficaz están
manejados por todos los Bárcenas del mundo, coaligados para hacerse para
alcanzar el poder sin que Rajoy se diese cuenta. La corrupción, la inmundicia y
la inmoralidad se han adueñado del Boletín Oficial del Estado ante la
estulticia del gobierno de Rajoy, señor Errores.
Rajoy no sólo no se ha dado
cuenta de que en su nombre nos estaban tomando el pelo a todos, sino que, si no
es parte de esa tomadura y saqueo del Estado, ha callado durante meses,
negándose a las explicaciones que todos le pedíamos, y por lo tanto parece
haber otorgado patente de corso a quienes en beneficio propio o del PP nos han
esquilmado. Que haya tenido que ser arrastrado por una manada de caballos a rendir
cuentas en el Parlamento no hace más que aumentar las sospechas que recaen
sobre su torpe comportamiento. Porque probablemente, habrá que esperar, lo suyo
sólo sea torpeza. También.
(No, no me olvido de los ERE’s
andaluces, ésa es otra bien gorda que nos habla de nuevo de mi abatimiento y
desencanto al que me refería al inicio de este artículo)
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