Machado tenía infinita razón y una de las dos españas ha de helarnos el corazón. España anda navegando entre dos aguas sociales, esperando al próximo 20 de diciembre para definirse. Nos movemos entre gentuza atildada que se recrea en corbatas de seda y trajes a medida y gentuza mal encarada y vestida de macarra.
Ambas españas pretenden definirse por su vestir que usan a modo de uniforme y esperan ser reconocidas ideológicamente por su atuendo. Desde el traje de timador oficial que usa gentes como Bárcenas a la uniformidad vulgar y mal vestida de los podemitas o el macarra que desde el estrado de las Cortes rompió en dos manotazos un ejemplar de la constitución. Todo el mundo lleva interiorizado que ha de vestir de modo que se le defina de un rápido vistazo. Somos demasiado elementales.
Simplificamos todo demasiado; muy posiblemente Bárcenas se sentía seguro detrás de sus carísimos trajes magníficamente cortados o sus corbatas de seda. Es el traje perfecto del endiosado que piensa distraernos con su aspecto mientras nos limpia los bolsillos. Sin embargo la izquierda por algún motivo esotérico siempre ha preferido vestirse de macarra para ejecutar sus planes. Todos menos Julio Anguita y Gaspar Llamazares, conste, que vestían de señoritos sin por eso perder un ápice de su “rojez”. Quizá a la izquierda le va la ordinariez en el vestir porque creen que el desaliño indumentario de Machado les hace ajenos a las modas e influencias capitalistas, como si su falta de atención en lo externo les permitiese ser más auténticos y desinteresados en lo material. Personalmente el excesivo atildamiento de los políticos más institucionales me sugiere tanta desconfianza como el chaleco negro de Monedero o las camisas grises de Iglesias. Intentan vendernos como desenvoltura lo que no es más que imagen banal e intrascendente.
En esto la caspa de advenedizos se equipara a la casta oficial que padecemos. Todo es apariencia, imagen, pose, escenario de cartón piedra, falsedad de falsedades. Todos nos ofrecen aspecto propio como mercancía, quieren que los compremos y se envuelven como un caramelo envenenado a la puerta de un colegio. Remedando a los clásicos: “Quien no te conozca que te compre”.
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