Todos tendíamos a pensar que el
paisaje electoral era inamovible. Y de pronto llegaron nuevas gentes con nuevos
modos y el duopolio político español se conmovió. Andan en el PSOE y sobre todo
en el PP echando pulsos a ver quién se queda con la silla. O con los restos.
En el PP Aznar ha dado dos capones
a Rajoy. Aznar, el que todo lo fue, el de las ideas claras y contundentes. Rajoy,
el impasible, el dontancredo, el que casi pierde Cataluña y el que puede perder
el partido. Ahí está el debate, ahí está el pulso, en los titulares de la
prensa. Y frotándose las manos… Albert Rivera y los que esperan adueñarse de
los votos que una vez tuvo el PP.
Siempre he pensado que media España
es de izquierdas y a la otra media le da vergüenza no serlo. Rajoy y Pedro
Arriola están entre ellos. Y justo eso es lo que rebota a Aznar, que el PP huya
de ser realmente de derechas, equiparable a las derechas francesa, alemana o
italiana, y que pretenda escudarse en un ambiguo e inoperante centro desvaído,
deslavazado, insignificante e inútil.
Detrás de los complejos de Rajoy
está buena parte de la ex-derecha española, creyendo ser más modernos y más
europeos al mantenerse habitualmente en una línea de indefinición, ausente del
compromiso, creyendo que, como en el caso del problema de Cataluña, mantenerse
al margen en vez de actuar como dirigentes es ser moderno y triunfador.
Hay diversos dirigentes del PP
que siempre han añorado la derecha europea, que han repudiado ese centrismo sin
compromiso –ley del aborto, nacionalismo catalán- pero saben que fuera del PP
no hay vida. El miedo de los españoles a la derecha tradicional, a la que por
algún automatismo equiparan con el franquismo, hace que ningún partido –Vox incluido-
tenga posibilidades de acceder al Parlamento en las próximas elecciones. Aznar
y Esperanza Aguirre, saben que a la derecha del PP solo hay desierto y
desesperación. Más allá de las tarascadas dialécticas de estos días no hay nada
previsible.
Media España es de izquierdas y
la que no lo es siente vergüenza.
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