Palencia es una emoción:

02 julio 2010

Los ladrones pijos y la juMentud rebelde

Me parecen un síntoma de la España a la que caminamos, quizá de una España a la que ya hemos llegado. Si no les parece a ustedes demasiado, me parecen un  síntoma de la decadencia de Occidente. Tal cual los bárbaros con Roma. Insisto: si no les parece a ustedes que exagero demasiado.

Ya saben que me refiero a esa banda de niñatos imbéciles, hijos de familias “acomodadas” dicen las agencias, que teniendo de todo en la vida robaban porque no tenían lo suficiente, al menos no tenían lo que más echaban de menos: Memociones (Perdón, perdón, perdón, alguna dificultad de coordinación óculo manual ha hecho saltar una palabra que no buscaba, pero veo que en definitiva mi error me sirve para definir los que estas infelices criaturas buscaban).

Lamento el dolor que están pasando sus padres, sé cómo los padres no siempre tienen la culpa de los errores de sus hijos, sé cómo los hijos pueden arruinar la vida de sus progenitores. Lo fácil, el cuerpo me lo pide, sería echar la culpa a unos padres consentidores, que se han desvivido durante veinte años por sus hijos, entregándoles alma y vida sin exigirles nada a cambio. Pero no sé, no puedo saberlo, si la realidad es ésa o si simplemente los hijos en cuestión son tan gilipollas como para no sólo arruinar sus propias vidas sino también la de sus padres.

Puesto que todos eran mayores de edad en el momento de la detención (no todos lo eran cuando cometían los delitos) los únicos responsables deben ser ellos. Robaban para sentir emociones, dicen. Tal vez simplemente confundían la vida con una película y la educación que sus padres les dieron no fue suficiente para que su voluntad distinguiese entre realidad y ficción; tal vez eran lo suficientemente mentecatos para distinguirlas y no importarles; tal vez eran tan insoportablemente impresentables como determinadas capas de la juventud española actual, tal vez estaban acostumbrados a hacer siempre su puñetera voluntad, no esperaban que nadie les llevase la contraria, no podía suponer que en la vida no todo era fácil y cuesta abajo.

Tal vez confundieron la vida con un eterno y divertidísimo botellón, tal vez no les valieron las advertencias de sus padres y profesores de que la vida es una exigencia permanente; a lo mejor prefirieron no escuchar cuando se les dijo aquello que a mí me repitieron demasiadas veces: la vida es un valle de lágrimas, tal vez decirles eso era demasiada obligación moral, demasiada caspa ética, demasiada España años sesenta. Tal vez no fueron suficientes las veces que se les dijo que la vida no es como en la tele o en el cine, ahora sí que van a tener emociones de verdad. Juicio, abogados, jueces, castigo, tal vez celdas... emociones van a tener.

Algo estamos haciendo mal, la juventud que siempre fue rebelde era también inteligente. Ahora, como cuando los chavales del cajero y la pordiosera, como cuando la catana, como cuando... ahora no han sido inteligentes. O las emociones nublaban su inteligencia, su preparación en las mejores escuelas y sus, seguramente, muchas horas de estudio. 

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