Palencia es una emoción:

16 febrero 2006

QUE NADIE LE DE UN LÁPIZ AL MÁS BRUTO DE LA CLASE

El asunto de las viñetas de Mahoma es un claro ejemplo de lo que el más bruto de cada clase puede lograr si le dejamos una tiza en sus manos. O un lápiz.
Debo correr inmediatamente a aclarar que las violentísimas manifestaciones islamistas que están teniendo lugar no son más que un ejemplo de lo que la manipulación interesada y sabiamente dirigida puede hacer con nosotros. Con cualquiera de nosotros, cuanto más ignorante mejor. Estas protestas, y estos muertos, le están viniendo muy bien a alguien y por eso las apoya, las promueve y las dirige.
Pero, dicho esto y añadido todo lo que un lector puede esperar de un cristiano occidental, demócrata y civilizado, creo que fue un mal día para la prensa aquél en que el dibujante danés publicó su primera viñeta sobre Mahoma. Sólo al más bobo de la clase, ése que nunca aprendió lo que eran las ecuaciones, ése que empecinadamente ponía "haber" en vez de "a ver", se le ocurriría asomarse con una vela a ver si quedaba gasolina en el depósito. Eso es provocar estúpida, innecesaria e inconscientemente. Como si los ayatolás necesitasen ayuda desde el interior.
Lo que pasa es que en el fondo el infeliz tiene la excusa del mal estudiante, la del mal hijo o del mal compañero: "¿Y los demás qué? Ellos también han sido". Estamos en esta sociedad libérrima tan acostumbrados a criticar los más nobles sentimientos, las más elevadas emociones y las más profundas convicciones religiosas de los cristianos que ya creemos que todo el monte es orégano, que el ofendido se va a resignar siempre y que todo lo va a tolerar. Que podremos meterle la cabeza en el váter impunemente porque es un pringao que nunca se queja. Todo en nombre de la sacrosanta libertad de expresión. Que nos toquen todo menos la libertad de expresión, que nos hagan de todo menos ofender la libertad de expresión.
La hemos entronizado, la hemos subido a los altares y nos hemos creído que es el máximo valor por el que los "superdemócratas de toda la vida", los "ultraprogresistasantitodo" deben luchar.
Quizá deba ser así, quizá la libertad de expresión deba ser la última bandera de la democracia que deba caer, pero nos olvidamos de que todos los derechos y todas las libertades tienen fin, que siempre limitan con los demás y sus derechos y sus libertades. Que al lado de mi libertad está la de los demás, que al lado de mis derechos están los de los demás y que tanta libertad no debe ser un paraguas que todo lo proteja, tape y ampare.
Hace tiempo se estrenó una obra en Madrid que se titulaba... (¿cómo se titulaba? ¡Puajjj, mejor no lo escribo!) que además de ofender brutamente a los cristianos estaba subvencionada por alguien que creyó que eso era arte, que hay que ser burro. Más tarde en un canal de televisión, muy progre él, nos enseñaron a cocinar un crucifijo, entre la algarabía y el regocijo de los presentes.
Nadie con suficiente autoridad social levantó la voz para protestar, nadie salió a defender a los insultados. Los ofendidos y quienes podían representarlos callaron y se lamieron las heridas. Quizá hicieron mal, quizá debieron protestar con energía, por si aquella dejación de derechos pudiera entenderse como licencia para el insulto, como “barra libre” para la ofensa a los que piensan de determinada manera. Eso en una época en la que por fin nadie se atreve a hacer burla de homosexuales, gangosos o tartamudos, que hasta hace bien poco eran el torpe recurso de los chistes televisivos. ¿Qué necesidad hay de ofender para hacer crítica? ¿Y para hacer humor?
Que investiguen al quintacolumnista danés, seguro que trabaja para Al Qaida.

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