Por alguna razón que desconozco, la izquierda, al menos la española, siempre ha tenido más prestigio democrático que la derecha. Siempre ha aparecido con mayor legitimidad, con mayor autoridad. No parecía lo mismo si aumentaban los parados con un gobierno de izquierdas que con uno de derechas, no era lo mismo una subida de precios con el PP que con el PSOE en el poder. Todo ese prestigio, quizá ilógico pero que arrastra votos, se lo ha cargado Zapatero y otros tienen que venir a tratar de remediar la situación. La presencia de Unión, Progreso y Democracia pretende resolver esta situación convulsa y agitada en la que vive España en los últimos tiempos.
Porque ustedes también lo habrán notado, que también habrán comprobado que la actualidad española se ha vuelto más convulsa y agitada de lo habitual. Basta no ya con escuchar un informativo, sino con tener las orejas medianamente atentas mientras se toma un café en cualquier barra de bar. La proliferación de noticias intranquilizadoras hace difícil la serenidad de ánimo para el observador.
Vivimos tiempos de radicalismo nacionalista catalán, no ya ese radicalismo de feria de pueblo de Carod al que estábamos acostumbrados, incluida la tregua privada que negociara con ETA, sino que incluso los otrora moderados componentes de CiU amenazan con un repentino radicalismo que ha puesto en peligro su propia existencia.
Ese radicalismo que lleva a la quema de retratos del rey se ve complementado por políticos que ven en Juan Carlos I y en la monarquía un blanco en el que atacar a España y a la actual Constitución. Y sin embargo al pueblo soberano le importa una higa el asunto de la forma del Estado, manteniéndose asombrado y expectante, pero al margen de los acontecimientos, muñeco de feria que va y viene hacia donde los demás le llevan. Parece que ha sonado la hora del pim pam pum y hasta infelices concejales socialistas que jamás las han visto tan gordas se permiten el lujo de cuestionar la monarquía.
La defensa chapucera, banal y ligera que el Gobierno ha hecho de las instituciones constitucionales encaja perfectamente con un presidente al que desde que asumió el cargo hace casi cuatro años no le ha importado animar y actualizar un debate absolutamente inexistente en el pueblo al que dice defender.
Pero la labor de Zapatero, quien todavía no ha abierto la boca en defensa de la actual Constitución, también nos ha llevado a un enfrentamiento hasta ahora inexistente entre las diversas regiones, a la hora de los actuales presupuestos del Estado. Todas las concesiones del presidente del Gobierno al Estatuto de Cataluña han profundizado la división en categorías de las diversas autonomías, hasta el punto en que lógicamente todas quieren ser tratadas de la misma generosa manera por Pedro Solbes, muñidor de estos presupuestos. Y sin embargo esta actitud de Zapatero no ha servido para integrar a estos nacionalistas, sino para atizar el enfrentamiento. Jamás se encontraron más solícitamente atendidas sus demandas sin que ello haya servido para nada... positivo.
La ofensiva de los nacionalismos exacerbados e inmoderados sigue en un País Vasco cuyo presidente no parece ser consciente (¿O lo es y no le da importancia al hecho?) de que la mitad de su población vive carente de libertad. ¿Cómo se llama la situación política en la que el pueblo o una parte de él vive sin libertades? ¿Cómo se llama la situación política en la que el presidente de un gobierno anuncia con plazo cierto que cometerá una ilegalidad que discrimina a parte de sus ciudadanos?
Porque ustedes también lo habrán notado, que también habrán comprobado que la actualidad española se ha vuelto más convulsa y agitada de lo habitual. Basta no ya con escuchar un informativo, sino con tener las orejas medianamente atentas mientras se toma un café en cualquier barra de bar. La proliferación de noticias intranquilizadoras hace difícil la serenidad de ánimo para el observador.
Vivimos tiempos de radicalismo nacionalista catalán, no ya ese radicalismo de feria de pueblo de Carod al que estábamos acostumbrados, incluida la tregua privada que negociara con ETA, sino que incluso los otrora moderados componentes de CiU amenazan con un repentino radicalismo que ha puesto en peligro su propia existencia.
Ese radicalismo que lleva a la quema de retratos del rey se ve complementado por políticos que ven en Juan Carlos I y en la monarquía un blanco en el que atacar a España y a la actual Constitución. Y sin embargo al pueblo soberano le importa una higa el asunto de la forma del Estado, manteniéndose asombrado y expectante, pero al margen de los acontecimientos, muñeco de feria que va y viene hacia donde los demás le llevan. Parece que ha sonado la hora del pim pam pum y hasta infelices concejales socialistas que jamás las han visto tan gordas se permiten el lujo de cuestionar la monarquía.
La defensa chapucera, banal y ligera que el Gobierno ha hecho de las instituciones constitucionales encaja perfectamente con un presidente al que desde que asumió el cargo hace casi cuatro años no le ha importado animar y actualizar un debate absolutamente inexistente en el pueblo al que dice defender.
Pero la labor de Zapatero, quien todavía no ha abierto la boca en defensa de la actual Constitución, también nos ha llevado a un enfrentamiento hasta ahora inexistente entre las diversas regiones, a la hora de los actuales presupuestos del Estado. Todas las concesiones del presidente del Gobierno al Estatuto de Cataluña han profundizado la división en categorías de las diversas autonomías, hasta el punto en que lógicamente todas quieren ser tratadas de la misma generosa manera por Pedro Solbes, muñidor de estos presupuestos. Y sin embargo esta actitud de Zapatero no ha servido para integrar a estos nacionalistas, sino para atizar el enfrentamiento. Jamás se encontraron más solícitamente atendidas sus demandas sin que ello haya servido para nada... positivo.
La ofensiva de los nacionalismos exacerbados e inmoderados sigue en un País Vasco cuyo presidente no parece ser consciente (¿O lo es y no le da importancia al hecho?) de que la mitad de su población vive carente de libertad. ¿Cómo se llama la situación política en la que el pueblo o una parte de él vive sin libertades? ¿Cómo se llama la situación política en la que el presidente de un gobierno anuncia con plazo cierto que cometerá una ilegalidad que discrimina a parte de sus ciudadanos?
Nos encontramos en una situación de alboroto general y de inestabilidad que no hace presagiar nada bueno. ¿Y Zapatero mientras tanto? En Rusia. ¿No les produce a ustedes la sensación de que es un hooligan frívolo? Puesto que la derecha española es la que es, y Rajoy y el PP no dan más de sí, tiene que ser la misma izquierda, pero desde fuera del PSOE, la que recupere el orgullo y el prestigio democrático que una vez tuvo. Ahí es nada lo que le espera a Rosa Díez y Fernando Savater en Unión, Progreso y Democracia.
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