Puedo prometer y prometo que hace muchos años que no he visto deliberadamente ningún capítulo de ninguna comedia televisiva española. Como mucho, los espacios promocionales o los últimos minutos de alguna mientras esperaba por otra cosa. Pero también prometo que con eso me basta para saber por dónde van los diálogos, qué tipo de personajes ofrecen y qué clase de argumentos presentan. Y me da pena, ustedes me sabrán perdonar tan atrevido juicio.
O es mucha casualidad o desde hace una eternidad sólo me han llegado retazos de comedietas bastas, ordinarias y soeces, personajes que pertenecen todos a una clase social iletrada, ignorante e inculta, próxima al lumpen. Crecen y por todas partes aparecen y se multiplican personajes que con sus gracietas pretenden ser populares, salidos del pueblo quiero decir, pero que más parecen seres deformes salidos de un juego de espejos cóncavos y convexos. Pobre Valle-Inclán.
Sospecho que todavía no hay en España personajes tan bajos como los ejemplos que en estas comedias se ofrecen, que edifiquen sus existencias en las memeces simplistas que nos ofrecen los guionistas de nuestras cadenas televisivas. La pregunta es si vamos a tardar mucho en comprobar cómo la realidad vital reproduce la ficción televisiva y si entre nuestros amigos, conocidos, familiares, vecinos o compañeros de trabajo no surgirán quienes remeden las tramas argumentales de las más denigrantes series en la vida real. La zafiedad y lo grotesco ofrecen siempre ejemplos que los más brutos están dispuestos a seguir. Esto es igualar la educación de todos… al nivel de los más necios, ignorantes, analfabetos, inmoderados. ¿Dentro de poco toda España será así?
Imagino que todo obedece a un plan preconcebido para absorber el poco seso que a algunos les queda (¿Quién inventó la expresión “comer el coco”?) e imponer la ruindad, la ignorancia y el tremendismo efectista entre las capas más populares de la sociedad. ¿Para mejor dominarla? Porque esto ocurre en mayor o menor medida en todas las cadenas televisivas, incluidas las llamadas conservadoras. No puede ser si no se da una coalición, un convenio, una sacra alianza entre las fuerzas del Averno para alguna maligna determinación que no conocemos.
Los españoles están siguiendo con devota fruición y entrega religiosa las aventuras televisivas de varios grupos familiares, vecinales o sociales llenos de ordinariez y bastedad, con unas miras de futuro que no van más allá de la próxima esquina, con argumentos repletos de simplezas ineficaces para enfrentarse a un público medianamente exigente, culto y preparado. Y conste que sólo me estoy refiriendo a, pongamos, la secundaria obligatoria. EL BUP de hace unos años.
No he visto ningún capítulo de “La Lola”. Nada, cero, ni un solo minuto, pero su publicidad me sorprende en la radio con frecuencia. Acaba con la frase admirativa “¡La verdad es que tengo “un polvo!”. Y varios millones de españoles correrán todas las noches a verla. Joé, como está el patio. España, quiero decir. ¿De qué vale que los gobiernos se llenen la boca con “Educación universal y gratuita” u otras cosas semejantes? Tres cuartos de hora de cualquiera de estas maravillas de la literatura llenas de excrementos verbales educa más que todo un curso de Educación para la Ciudadanía.
Si se pudieran coleccionar todos los argumentos en un libro de texto ofrezco altruistamente un título bien sugerente: “Educación para la villanía”
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