Estoy de vacaciones, paso las horas viajando entre Tierra de Campos y la montaña palentina, visitando pequeños pueblos escondidos en la inmensidad de la llanura o en la falda de cualquier montaña.
Hoy he visitado Támara de Campos, un recogido y silencioso pueblo de calles muy limpias y muy cuidadas. Sus cincuenta habitantes han sabido remozar todo el espacio urbano con acierto y cariño, utilizando con gran criterio las subvenciones públicas para proteger y promocionar su enorme patrimonio. Aquí nació Sinesio Delgado, fundador de la, ahora, polémica Sociedad General de Autores.
Aunque sus orígenes son muy anteriores, Támara de Campos pasó a los libros porque junto a ella tuvo lugar en el año 1037 la batalla por la que el reino de León pasó a formar parte de Castilla por vez primera. Se trata pues de un pequeño lugar lleno de Historia que a partir de esa fecha fue favorecido por los reyes de Castilla. En el centro del lugar, en lo alto de un pequeño cerro, una iglesia románica, que fue hospital de peregrinos y ahora museo etnográfico y casa consistorial, preside el pueblo.
La mayoría de sus casas están cerradas y deshabitadas, pero al final de su calle principal enseguida destaca la enorme mole de su parroquia. San Hipólito es una auténtica catedral, si multiplicáramos por cien los habitantes de Támara aún sobraría sitio en su interior. A los lectores que no lo conozcan les llamo la atención sobre su púlpito en piedra policromada, su maravilloso órgano excepcionalmente situado sobre una columna y su pila bautismal. De su grandioso retablo churrigueresco o de la reja que lo protege no quiero añadir nada pues las mejores palabras que yo pudiera escribir quedarían siempre pobres ante su magnificencia. Reto al lector a que busque información, especialmente gráfica, en Internet.
Pero tan espléndido pasado y tan gloriosa Historia contrastan dolorosa e irónicamente con el futuro de un pueblo condenado al mal que asola a toda Castilla: envejecimiento, emigración y desindustrialización. Támara tiene difícil porvenir, sólo hay un par de niños y muchos viejos entre sus cincuenta habitantes y no hay más trabajo que el que proporciona la inmensa llanura cerealista de Tierra de Campos. El panorama es descorazonador pese al empeño que sus habitantes ponen en perseverar y progresar. Todo esto lleva años ocurriendo y no hay quien lo pare. Por la Junta de Castilla y León y por el gobierno de Madrid han pasado multitud de gobiernos de los dos principales partidos sin que nadie haya hecho nada.
Nuestros diputados, nuestros senadores, ¿cuántos han pasado por los escaños en tantos años de democracia?, siguen asistiendo a los plenos y a las comisiones sin que hasta el momento hayan conseguido detener esta sangría que afecta a casi toda Castilla. Jamás se ha tenido noticia de que uno solo de ellos se haya rebelado ante esta injusticia, jamás ninguno ha levantado la voz en el congreso para hablar de Támara de Campos. O de Villarmentero, de Olmos de Ojeda o Revilla de Santullán, por nombrar comarcas bien alejadas y diversas. Jamás ni uno solo de nuestros representantes políticos ha presentado ante su partido, sus líderes y sus múltiples comités, comisiones y burós una sola exigencia, una nota de protesta ante el permanente deterioro de los pueblos y regiones de Castilla. Jamás ni uno de ellos osó oponerse a los designios supremos de sus líderes, jamás nadie defendió al pueblo, jamás nadie se enfrentó a las sacrosantas decisiones de Aznar o Zapatero. Acatamiento, sumisión, obediencia. Todo por el partido, todo para el partido.
Ahora llega la hora de discutir la financiación autonómica. José Montilla, ya ha puesto en un brete a Zapatero, le ha amenazado, le ha exigido y le ha coaccionado. Los ricos quieren más de la tarta común, los socialistas ricos exigen más de los socialistas pobres, a la mierda la justicia social, viva el desequilibrio territorial, ay si Marx levantara la cabeza. Y Zapa sonreía. La sonrisa de Zapa, qué poema.
Nadie ha hablado en nombre de los castellanos, nadie nos ha defendido, no pintamos nada en una España volcada en otros. Nosotros apenas existimos, carecemos de fuerza, de poder, de importancia. ¿Qué queda de aquella Castilla en esta España? Ni uno solo de nuestros diputados socialistas, silentes cobardes, responderá media palabra a Montilla como no la dijeron los otros cuando la aznarada. Siempre por delante está el partido. ¿Se supone que están llamados a defender… a quién? Yo quiero ser catalán, que me defiendan Montilla y los suyos.
Silencio es nuestro mal; Sumisión, el de nuestros representantes. Resignación y mansedumbre, los de nuestros votantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario