¿Ustedes se habían fijado anteriormente en la nariz de la futura reina de España? Aunque, permítanme aclararlo, me temo, tal y como van los tiempos, que van a aumentar las posibilidades reales, perdón por el juego de palabras, de que no llegue a ser reina. No, yo no me había fijado para nada en la nariz de la señora y poco más de lo imprescindible en la señora de la nariz. Pero la comidilla de las comadres nacionales es que se la ha operado, parece que aprovechando otra necesaria operación, y media España se ha escandalizado por ello.
A mí la principesca operación me parece el perfecto retrato de la España actual, una España intrascendente, fofa y vacua, una España que se opera la nariz por aburrimiento en búsqueda de una perfección imposible, de una perfección innecesaria que nadie espera ni reclama, que a nadie interesa.
No sé cuando empezó España a operarse cosas, pero vista la evolución social debe hacer varios siglos. O quizá sea que nos hemos operado tantas veces y tan vertiginosamente que en treinta años de democracia nos hemos operado lo de varios siglos. Y efectivamente a España no la reconoce ni la madre que la parió, lo que lejos de ser síntoma de innovación pede serlo de desesperación y desorientación.
Quizá hemos puesto nuestra mirada en la superficie, concretamente en la superficie facial, de los demás. Nos importa lo superficial y nos afecta lo inmediato, la primera vista nos define, somos un país acelerado, precipitado e impresionable. Hay que operarse la nariz para ofrecer una imagen que nos anteceda, nos presente y nos defina. Que detrás de una nariz griega haya un cerebro vacío es menos importante que una nariz aguileña que imprima personalidad y originalidad a un cerebro bien dotado.
A la mierda la crisis, a la mierda las hipotecas, a la mierda la caída de casi un 50% de ventas de coches, a la mierda Ibarretxe, el nacionalismo y sus desafíos. A la mierda la realidad transcendente, busquemos un espejo en el que mirarnos el ombligo. Somos adolescentes estúpidos preocupados por nuestra sombra mientras cruzamos descuidadamente una autopista.
España es así, superficial e intrascendente, afligida por su aspecto, frívolamente obsesionada por disimular quirúrgicamente sus imperfecciones externas, indiferente ante lo importante que hay detrás de las fachadas de cartón-piedra de rostros, barrigas o pechos convenientemente tratados en una clínica de medicina estética.
España es un quirófano de un seguro privado desde el que una cadena comercial retransmite en directo un programa de telerrealidad, que siguen cual acémilas, millones de españoles.
A mí la principesca operación me parece el perfecto retrato de la España actual, una España intrascendente, fofa y vacua, una España que se opera la nariz por aburrimiento en búsqueda de una perfección imposible, de una perfección innecesaria que nadie espera ni reclama, que a nadie interesa.
No sé cuando empezó España a operarse cosas, pero vista la evolución social debe hacer varios siglos. O quizá sea que nos hemos operado tantas veces y tan vertiginosamente que en treinta años de democracia nos hemos operado lo de varios siglos. Y efectivamente a España no la reconoce ni la madre que la parió, lo que lejos de ser síntoma de innovación pede serlo de desesperación y desorientación.
Quizá hemos puesto nuestra mirada en la superficie, concretamente en la superficie facial, de los demás. Nos importa lo superficial y nos afecta lo inmediato, la primera vista nos define, somos un país acelerado, precipitado e impresionable. Hay que operarse la nariz para ofrecer una imagen que nos anteceda, nos presente y nos defina. Que detrás de una nariz griega haya un cerebro vacío es menos importante que una nariz aguileña que imprima personalidad y originalidad a un cerebro bien dotado.
A la mierda la crisis, a la mierda las hipotecas, a la mierda la caída de casi un 50% de ventas de coches, a la mierda Ibarretxe, el nacionalismo y sus desafíos. A la mierda la realidad transcendente, busquemos un espejo en el que mirarnos el ombligo. Somos adolescentes estúpidos preocupados por nuestra sombra mientras cruzamos descuidadamente una autopista.
España es así, superficial e intrascendente, afligida por su aspecto, frívolamente obsesionada por disimular quirúrgicamente sus imperfecciones externas, indiferente ante lo importante que hay detrás de las fachadas de cartón-piedra de rostros, barrigas o pechos convenientemente tratados en una clínica de medicina estética.
España es un quirófano de un seguro privado desde el que una cadena comercial retransmite en directo un programa de telerrealidad, que siguen cual acémilas, millones de españoles.
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