Y el que espere que yo hable de economía que vaya a otra columna de opinión ya mismito, porque aunque es cierto que la sociedad está en crisis y la camisa no nos llega al cuello, hay otras carencias sociales que debieran preocuparnos más.
Los diferentes gobiernos se han puesto el mono e implicándose en la crisis económica inyectan nuestro dinero, no se nos olvide eso, en los bancos de unos pocos para que se mantenga el status quo de una economía que no ha demostrado ser una manera aceptable de que este mundo funcione. Pero este plan que previsiblemente nos sacará de la ruina no vale, no es suficiente. Esto no implica la salvación del mundo, es un fracaso social. Puesto que hay que refundar el mundo empecemos desde abajo.
Porque yo no les estoy hablando de economía, sino de sociedad; no les estoy hablando de mantener cueste lo que cueste nuestro entramado financiero. Les hablo de una sociedad que ha perdido una serie de valores elevados, que de pronto han sido calificados de trasnochados, y que pretende sustituirlos por otros, supuestamente más adecuados y modernos pero que o no sirven o todavía no han entrado en funcionamiento. Porque la sociedad a la que vamos no puede ser una sociedad en la que “sin tetas no hay paraíso” o en la que las historias de matrimonio sean historias de voces e insultos y eso se vea como una gracieta divertida, no puede ser ése nuestro mundo futuro. Tampoco puede ser la nuestra una sociedad en la que los trabajadores tomen café ante una máquina y profieran tres tacos cada dos palabras mientras España les ríe la gracia.
Trato de averiguar si vamos a la sociedad que aparece retratada en nuestras comedietas más triunfantes o simplemente es que están retratando lo que ya sucede en la sociedad actual. Pero ni me gustan, con excepciones, esas comedietas, ni me gusta una sociedad en la que todo vale, en la que se ganen puntos por ir enseñando el ombligo, las tetas o marcando el culo.
La deriva hacia la intrascendencia de las preocupaciones sociales reflejada en los programas rosas, la incultura generalizada y la sensación de que todos somos iguales me marean (otra cosa es que tengamos todos los mismos derechos básicos, claro que sí) y me produce malestar generalizado. Hemos olvidado valores tradicionales de respeto y los hemos sustituido por “oiga, que yo tengo derecho a….” Y con eso vamos a todas partes. Tenemos dinero suficiente, lo tenemos “todavía” habrá que decir, y por lo tanto nada me puede impedir… Poderoso caballero es don dinero. Puesto que hay que refundar el mundo empecemos desde abajo.
Tener cierta capacidad adquisitiva no supone nada más que tener dinero, no nos supone más calidad ni más cualidades. Ni nos hace mejores. Hace dos veranos, estando sentado con unos amigos en una terraza junto al Coliseo romano, me abordó una joven familia española, preguntándonos algunas direcciones de la ciudad. Y cuando acabó de orientarse, el buen paterfamilias me pregunto: Bueno, y ahora, ¿qué se puede ver aquí? Rigurosamente cierto.
Pero no hablo sólo de cultura, ni hablo de cultura para élites, ni hablo de científicos, hablo del pueblo llano, hablo de las escuelas, hablo del respeto a los maestros del pueblo, hablo del respeto a la embarazada del metro, a los médicos del pueblo, hablo de la educación con la señora de la pescadería, con el vecino de arriba, hablo de sensatez y de una sociedad encantada de haberse conocido sin querer plantearse sus carencias más penosas.
Han saltado las alarmas de una crisis económica y los gobiernos se han lanzado (unos más deprisa que otros, pensemos en el nuestro) a recomponer la figura hecha añicos. Pero no veo por ningún lado la alarma social por la falta de cultura popular, no veo las alarmas porque la cultura y la buena educación están quedando para minorías eclécticas, mientras la masa social se conforma con ir al fútbol, una actividad por otra parte sana, y pelear por el mando de la tele.
No veo un plan por el que se dediquen miles de millones a civilizar a las gentes, a inculcarles valores tan elementales como imprescindibles, a que las masas además, y digo “además” con mala leche, de ver Gran Hermano y la Fórmula 1 se preocupen de atender a sus obligaciones con los demás. No veo que el mundo se preocupe excesivamente de “Yo tengo derecho a… pero además tengo mi obligación de… con los demás.” Puesto que hay que refundar el mundo empecemos desde abajo.
Respuesta única: “¿Ah, pero es que los demás existen?”
Los diferentes gobiernos se han puesto el mono e implicándose en la crisis económica inyectan nuestro dinero, no se nos olvide eso, en los bancos de unos pocos para que se mantenga el status quo de una economía que no ha demostrado ser una manera aceptable de que este mundo funcione. Pero este plan que previsiblemente nos sacará de la ruina no vale, no es suficiente. Esto no implica la salvación del mundo, es un fracaso social. Puesto que hay que refundar el mundo empecemos desde abajo.
Porque yo no les estoy hablando de economía, sino de sociedad; no les estoy hablando de mantener cueste lo que cueste nuestro entramado financiero. Les hablo de una sociedad que ha perdido una serie de valores elevados, que de pronto han sido calificados de trasnochados, y que pretende sustituirlos por otros, supuestamente más adecuados y modernos pero que o no sirven o todavía no han entrado en funcionamiento. Porque la sociedad a la que vamos no puede ser una sociedad en la que “sin tetas no hay paraíso” o en la que las historias de matrimonio sean historias de voces e insultos y eso se vea como una gracieta divertida, no puede ser ése nuestro mundo futuro. Tampoco puede ser la nuestra una sociedad en la que los trabajadores tomen café ante una máquina y profieran tres tacos cada dos palabras mientras España les ríe la gracia.
Trato de averiguar si vamos a la sociedad que aparece retratada en nuestras comedietas más triunfantes o simplemente es que están retratando lo que ya sucede en la sociedad actual. Pero ni me gustan, con excepciones, esas comedietas, ni me gusta una sociedad en la que todo vale, en la que se ganen puntos por ir enseñando el ombligo, las tetas o marcando el culo.
La deriva hacia la intrascendencia de las preocupaciones sociales reflejada en los programas rosas, la incultura generalizada y la sensación de que todos somos iguales me marean (otra cosa es que tengamos todos los mismos derechos básicos, claro que sí) y me produce malestar generalizado. Hemos olvidado valores tradicionales de respeto y los hemos sustituido por “oiga, que yo tengo derecho a….” Y con eso vamos a todas partes. Tenemos dinero suficiente, lo tenemos “todavía” habrá que decir, y por lo tanto nada me puede impedir… Poderoso caballero es don dinero. Puesto que hay que refundar el mundo empecemos desde abajo.
Tener cierta capacidad adquisitiva no supone nada más que tener dinero, no nos supone más calidad ni más cualidades. Ni nos hace mejores. Hace dos veranos, estando sentado con unos amigos en una terraza junto al Coliseo romano, me abordó una joven familia española, preguntándonos algunas direcciones de la ciudad. Y cuando acabó de orientarse, el buen paterfamilias me pregunto: Bueno, y ahora, ¿qué se puede ver aquí? Rigurosamente cierto.
Pero no hablo sólo de cultura, ni hablo de cultura para élites, ni hablo de científicos, hablo del pueblo llano, hablo de las escuelas, hablo del respeto a los maestros del pueblo, hablo del respeto a la embarazada del metro, a los médicos del pueblo, hablo de la educación con la señora de la pescadería, con el vecino de arriba, hablo de sensatez y de una sociedad encantada de haberse conocido sin querer plantearse sus carencias más penosas.
Han saltado las alarmas de una crisis económica y los gobiernos se han lanzado (unos más deprisa que otros, pensemos en el nuestro) a recomponer la figura hecha añicos. Pero no veo por ningún lado la alarma social por la falta de cultura popular, no veo las alarmas porque la cultura y la buena educación están quedando para minorías eclécticas, mientras la masa social se conforma con ir al fútbol, una actividad por otra parte sana, y pelear por el mando de la tele.
No veo un plan por el que se dediquen miles de millones a civilizar a las gentes, a inculcarles valores tan elementales como imprescindibles, a que las masas además, y digo “además” con mala leche, de ver Gran Hermano y la Fórmula 1 se preocupen de atender a sus obligaciones con los demás. No veo que el mundo se preocupe excesivamente de “Yo tengo derecho a… pero además tengo mi obligación de… con los demás.” Puesto que hay que refundar el mundo empecemos desde abajo.
Respuesta única: “¿Ah, pero es que los demás existen?”
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