Claro que sí, claro que los españoles somos racistas. Preguntados uno a uno será muy difícil encontrar a muchos ciudadanos que lo admitan. “¿Racista? Yo, nunca” contestará una mayoría de hipotéticos entrevistados. Y añadirían si pudieran: “Con lo mal visto que está eso…”. Y es que somos muy políticamente correctos, nos mola serlo. Pero la verdad es que un país entre cuyos fundadores están celtas e iberos, judíos y musulmanes, bárbaros centroeuropeos y latinos es racista, lo que demuestra nuestras limitaciones intelectuales y nuestra sensibilidad. Sólo un porcentaje muy limitados de ciudadanos admiten aún contra la corriente social dominante de lo políticamente correcto que es racista. Y lo admiten orgullosos de pertenecer a una élite que creen ecléctica y no aborregada.
En un país como el nuestro, con tal mezcolanza de sangres, podemos vestirlo de mil maneras distintas pero somos racistas. Al fin y al cabo somos un país clasista. Que es de lo que se trata. Ya he escrito muchas veces que un jeque árabe que venga derramando dinero será recibido siempre con los brazos abiertos, pero su hermano de sangre, inmigrante ilegal y sin un puñetero euro en el bolsillo será despreciado varias veces al cabo del día.
Un negro que vende bolsos falsificados en la calle es sólo un negro despreciable, pero si juega al fútbol entonces ya es un héroe digno de nuestra admiración y al que los niños imitan en los patios de las escuelas. A no ser que juegue en el equipo rival, en cuyo caso pasa a ser simplemente un mercenario que no siente los colores de nuestro equipo, y por lo tanto se merece todos los venablos que podamos dirigirle por negro, por mercenario y por no ser de nuestro equipo. Igual podíamos insultarle por ser zurdo o por ser bisojo o por tener pecas, qué más da todo, el caso es que no es de nuestro equipo. Eso sí, si a la temporada siguiente ficha por nuestro Maporro’s Football Club pasaremos directamente a la adoración suprema sin estaciones intermedias.
Que somos intolerantes y racistas, tampoco creo que más que los demás, lo vamos a comprobar en cuantito las listas del paro empiecen a alargarse y esos “negros de mierda” o esos “sudacas asquerosos” que han estado sacándonos las castañas del fuego pasen a ser “invasores que vienen a quitarnos nuestros puestos de trabajo”. De ser comprensivo y respetuoso a ser intransigente e intolerante no hay más que unos cuantos dígitos de inflación y paro, al tiempo, que “con el pan de nuestros hijos no se juega”.
Los españoles fuimos extremadamente racistas en la conquista de América, claro que sí, si impusimos la religión y la lengua y nuestras costumbres a sangre y fuego. También hay que recordar que estamos hablando de 1500, cuando las cosas se hacían así y no se hablaba de Derechos Humanos, centrémonos en la época histórica de la que estamos hablando y no juzguemos con los criterios éticos del siglo XXI. Pero, miren, como a todo hay quien nos gane, mientras nosotros nos “tirábamos” a las indias otros no lo hacían por que les daban asco. Mientras nosotros masacrábamos a miles de indios otros sepultaban tribus enteras por el mero hecho de ser indios. Basta para ello con observar a las gentes de origen indio que hay en cualquier plaza de Perú, Bolivia o Ecuador y cuántos quedan en Nueva York, Boston o Washington.
La verdad es que me preocupa poco donde se juegue ese partido de fútbol pero racismo hay en todas las partes, en Inglaterra no hay menos que en España.
En un país como el nuestro, con tal mezcolanza de sangres, podemos vestirlo de mil maneras distintas pero somos racistas. Al fin y al cabo somos un país clasista. Que es de lo que se trata. Ya he escrito muchas veces que un jeque árabe que venga derramando dinero será recibido siempre con los brazos abiertos, pero su hermano de sangre, inmigrante ilegal y sin un puñetero euro en el bolsillo será despreciado varias veces al cabo del día.
Un negro que vende bolsos falsificados en la calle es sólo un negro despreciable, pero si juega al fútbol entonces ya es un héroe digno de nuestra admiración y al que los niños imitan en los patios de las escuelas. A no ser que juegue en el equipo rival, en cuyo caso pasa a ser simplemente un mercenario que no siente los colores de nuestro equipo, y por lo tanto se merece todos los venablos que podamos dirigirle por negro, por mercenario y por no ser de nuestro equipo. Igual podíamos insultarle por ser zurdo o por ser bisojo o por tener pecas, qué más da todo, el caso es que no es de nuestro equipo. Eso sí, si a la temporada siguiente ficha por nuestro Maporro’s Football Club pasaremos directamente a la adoración suprema sin estaciones intermedias.
Que somos intolerantes y racistas, tampoco creo que más que los demás, lo vamos a comprobar en cuantito las listas del paro empiecen a alargarse y esos “negros de mierda” o esos “sudacas asquerosos” que han estado sacándonos las castañas del fuego pasen a ser “invasores que vienen a quitarnos nuestros puestos de trabajo”. De ser comprensivo y respetuoso a ser intransigente e intolerante no hay más que unos cuantos dígitos de inflación y paro, al tiempo, que “con el pan de nuestros hijos no se juega”.
Los españoles fuimos extremadamente racistas en la conquista de América, claro que sí, si impusimos la religión y la lengua y nuestras costumbres a sangre y fuego. También hay que recordar que estamos hablando de 1500, cuando las cosas se hacían así y no se hablaba de Derechos Humanos, centrémonos en la época histórica de la que estamos hablando y no juzguemos con los criterios éticos del siglo XXI. Pero, miren, como a todo hay quien nos gane, mientras nosotros nos “tirábamos” a las indias otros no lo hacían por que les daban asco. Mientras nosotros masacrábamos a miles de indios otros sepultaban tribus enteras por el mero hecho de ser indios. Basta para ello con observar a las gentes de origen indio que hay en cualquier plaza de Perú, Bolivia o Ecuador y cuántos quedan en Nueva York, Boston o Washington.
La verdad es que me preocupa poco donde se juegue ese partido de fútbol pero racismo hay en todas las partes, en Inglaterra no hay menos que en España.
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