He perdido la cuenta de las veces que he escrito que el segundo error definitivo de Aznar fue designar a Rajoy. Ahora mismo el PP es un partido sin rumbo, que no sabe si atacar o huir, si oponerse o colaborar, ignora en qué sentido trabajar y a qué segmento de la población debe dirigirse. Y también he escrito alguna vez que el futuro del PP pasa por dividirse en dos partidos que, si me permiten una drástica simplificación, serían el de Esperanza Aguirre y el de Ruiz Gallardón.
Ante las desafortunadas declaraciones de la Reina, que en un artículo anterior he comentado, el PP ha pisado su cáscara de plátano de cada día y González Pons ha caído al suelo cuan largo es y con estrepitoso ruido. El portavoz del PP ha querido ser más progre que nadie y se ha quedado solo en sus críticas a la monarquía. Bueno, solo no se ha quedado, se ha manifestado en compañía de partidos radicales, algunos de ellos extraparlamentarios o que llevan camino de serlo.
Eso es una perfecta muestra de desorientación y desconocimiento de cuál es su campo de batalla, cuáles son sus armas y cuáles han de ser sus apoyos. Los dos principales partidos enviaron SMS a sus parlamentarios en los que les pedían discreción y silencio, pero o a González Pons no le llegó o simplemente quiso ser el más listo de la clase conservadora. La metedura de pata se ¿solucionó? por el expeditivo método de obligarle a decir “digo” donde había dicho “Diego”.
El PP haría bien en plantearse cuál debe ser su futuro, quizá unos días de ejercicios espirituales en un monasterio trapense, alejados de los dimes y diretes del mundanal ruido, les servirían para aclararse cuál ha de ser su futuro, cuál el rumbo y la estrategia y cuál el método para recuperar, en un futuro lejano, el poder.
Cierto que el PP debe ampliar su base electoral para poder aumentar sus escaños, pero no debe hacerlo oponiéndose en lo elemental el pensamiento tradicional de sus votantes habituales. Con su torpe error González Pons ha entregado al PSOE el papel institucional de la serenidad, el de aquellos que con altura de miras y templanza analizan la realidad y desde la neutralidad y la objetividad disculpan y minimizan errores ajenos.
Si a esto unimos lo de Navarra cabe imaginarse a Pepiño tirando cohetes calle Ferraz arriba y calle Ferraz abajo.
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