Ocurre a veces, que las noticias urgentes no dejan ver las importantes. Lo ocurrido en Bombay es de una importancia que todavía no alcanzamos a ver. La osadía de los asaltantes y su preparación terrorista, sus métodos y su sofisticación indica que el terrorismo internacional plantea nuevos retos a los que no sabemos hasta cuando podremos responder. Hoy, ayer, hemos deshecho sus planes ¿Y mañana?
Los españoles hemos seguido especialmente los acontecimientos debido a la presencia allí de un grupo numeroso de españoles, entre los que se ha destacado a la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, quien se ha pasado el día por varias emisoras de todo pelaje proclamando su aventura. Pero a medida que nos contaba la historia iba quedando claro que lo suyo no era una heroicidad, precisamente. Se trataba de una apresurada huida sin mirar atrás, olvidándose de los demás ciudadanos, por los que no se preocupó ni se interesó, dejando de lado incluso a miembros de su delegación que se encontraban perdidos y aterrados en aquella ensalada de tiros en la recepción del hotel. ¿Cómo se llama esto? ¿Cómo lo llamarán los subalternos de Doña Esperanza Aguirre? ¿Qué pensarán de ella?
Salir por piernas y sin ocuparse de quienes de ella dependían no es precisamente una muestra de coraje, de ese coraje que hace falta para representar a los ciudadanos, para liderar (líder, el que va por delante, el que encabeza) un país, un partido ni una idea, antes al contrario es como mucho una muestra de vulgaridad, de desinterés y no quiero decir de cobardía por no juzgar demasiado duramente una situación extrema en la que nadie sabe cómo podríamos reaccionar los demás.
Quien obra de esa manera no parece la persona en la que uno confiaría a ciegas, no es desde luego el individuo ideal en el que depositar un voto para que dirija los destinos de nadie. Como dice Ignasi Guardans, que también estaba allí como miembro de una delegación europea, el capitán de un barco debe ser siempre el último en abandonarlo. El ejemplo, lamentable, de la señora Aguirre debe servir para que los madrileños, y por extensión todos los españoles, tomen nota de quién les dirige.
La señora Aguirre nos ha proporcionado un penoso modelo del que sin embargo va presumiendo de emisora en emisora. ¿No sería conveniente que de alguna manera presentase públicas excusas por su heroica gesta? Nadie le pide valor militar ni desafiar a la muerte en medio de aquel salvaje tiroteo, pero sí se esperaba que ejerciera de líder, que pensara en los demás. Si me permiten, quizá algún pensamiento altruista sí se le demandaba. Ser de derechas o de izquierdas, ser político en definitiva, es ser noble, dedicarse a pensar en los demás, en mejorar su existencia, es implicarse y sacrificarse por otros, luchar por los más desheredados, no es abandonarlos a su suerte.
Como hizo la lideresa de Madrid…
Los españoles hemos seguido especialmente los acontecimientos debido a la presencia allí de un grupo numeroso de españoles, entre los que se ha destacado a la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, quien se ha pasado el día por varias emisoras de todo pelaje proclamando su aventura. Pero a medida que nos contaba la historia iba quedando claro que lo suyo no era una heroicidad, precisamente. Se trataba de una apresurada huida sin mirar atrás, olvidándose de los demás ciudadanos, por los que no se preocupó ni se interesó, dejando de lado incluso a miembros de su delegación que se encontraban perdidos y aterrados en aquella ensalada de tiros en la recepción del hotel. ¿Cómo se llama esto? ¿Cómo lo llamarán los subalternos de Doña Esperanza Aguirre? ¿Qué pensarán de ella?
Salir por piernas y sin ocuparse de quienes de ella dependían no es precisamente una muestra de coraje, de ese coraje que hace falta para representar a los ciudadanos, para liderar (líder, el que va por delante, el que encabeza) un país, un partido ni una idea, antes al contrario es como mucho una muestra de vulgaridad, de desinterés y no quiero decir de cobardía por no juzgar demasiado duramente una situación extrema en la que nadie sabe cómo podríamos reaccionar los demás.
Quien obra de esa manera no parece la persona en la que uno confiaría a ciegas, no es desde luego el individuo ideal en el que depositar un voto para que dirija los destinos de nadie. Como dice Ignasi Guardans, que también estaba allí como miembro de una delegación europea, el capitán de un barco debe ser siempre el último en abandonarlo. El ejemplo, lamentable, de la señora Aguirre debe servir para que los madrileños, y por extensión todos los españoles, tomen nota de quién les dirige.
La señora Aguirre nos ha proporcionado un penoso modelo del que sin embargo va presumiendo de emisora en emisora. ¿No sería conveniente que de alguna manera presentase públicas excusas por su heroica gesta? Nadie le pide valor militar ni desafiar a la muerte en medio de aquel salvaje tiroteo, pero sí se esperaba que ejerciera de líder, que pensara en los demás. Si me permiten, quizá algún pensamiento altruista sí se le demandaba. Ser de derechas o de izquierdas, ser político en definitiva, es ser noble, dedicarse a pensar en los demás, en mejorar su existencia, es implicarse y sacrificarse por otros, luchar por los más desheredados, no es abandonarlos a su suerte.
Como hizo la lideresa de Madrid…
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