El juez Calamita se rebela y dice que es acusado y condenado por ser católico y hasta es posible que se considere una víctima de los tiempos zapateriles que estamos soportando. El juez Calamita se equivoca y con eso nos hace un flaquísimo favor a todos los católicos y especialmente a los funcionarios católicos. Porque un juez es ante todo un funcionario que debe dejar de lado su ideología, política, filosófica o religiosa, para poder aplicar su función. O debe dejar de lado su función para aplicar su ideología, a escoger necesariamente si las cree incompatibles.
Ser juez significa tener que aplicar la ley que hay, nos guste o no nos guste. De la misma forma ser ciudadano significa obedecerla, nos guste o no nos guste. Yo podría proporcionar al lector una larga ristra de leyes que no me gustan, pero a las que me tengo que someter, quiera o no quiera, empezando por la ley que autoriza a los homosexuales a adoptar, creyendo superior el derecho de éstos a tener hijos que el de los hijos a tener padre y madre. Cuestión de principios personales y por lo tanto discutibles, lo acepto, claro que lo acepto.
Pero las diferencias entre las soluciones adoptadas en este caso y en el caso del juez Tirado, cuya… “inactividad” facilitó la cruel tarea de un pederasta, nos permite percibir las diferentes ópticas con las cuales la sociedad actual, al menos la “sociedad judicial”, percibe ambos casos. Todo produce la impresión de que el pecado social de perseguir los derechos de los homosexuales es mucho más grave que el de no perseguir lo suficiente a un delincuente. Las abismales diferencias entre ambas sanciones indican a mi entender que quienes las han tomado tienen tan especial hipersensibilidad con unos como indiferencia con otros. Son los signos zapateriles de los tiempos, ojo con meterse con los homosexuales, símbolo entre los símbolos de la ideología que nos abruma.
El error por el que el juez Tirado ha sido sancionado “sólo” parece ser un error propio de un funcionario con exceso de trabajo, un leve descuido profesional, uno de esos “comprensibles” borrones que echa hasta el mejor escribano, en vez de un gravísimo error social, como el del juez Calamita que se ha atrevido, oh, cielos, a poner trabas a unos homosexuales. Y encima, clama al cielo, parece poner como excusa o explicación su condición de católico, vade retro, Ratzinger.
Los jueces, en este caso los jueces que juzgan a otros jueces, forman parte de la sociedad en la que están incardinados, están influidos por ella, modificados por ella y adaptados a ella. Aunque debería pedírseles asepsia total.
Que es lo que se le pide a Calamita. En cambio lo de Tirado “sólo” es un pequeño y disculpable error que cualquier día puede ocurrir a cualquier juez. Incluidos los que le han juzgado a él.
Ser juez significa tener que aplicar la ley que hay, nos guste o no nos guste. De la misma forma ser ciudadano significa obedecerla, nos guste o no nos guste. Yo podría proporcionar al lector una larga ristra de leyes que no me gustan, pero a las que me tengo que someter, quiera o no quiera, empezando por la ley que autoriza a los homosexuales a adoptar, creyendo superior el derecho de éstos a tener hijos que el de los hijos a tener padre y madre. Cuestión de principios personales y por lo tanto discutibles, lo acepto, claro que lo acepto.
Pero las diferencias entre las soluciones adoptadas en este caso y en el caso del juez Tirado, cuya… “inactividad” facilitó la cruel tarea de un pederasta, nos permite percibir las diferentes ópticas con las cuales la sociedad actual, al menos la “sociedad judicial”, percibe ambos casos. Todo produce la impresión de que el pecado social de perseguir los derechos de los homosexuales es mucho más grave que el de no perseguir lo suficiente a un delincuente. Las abismales diferencias entre ambas sanciones indican a mi entender que quienes las han tomado tienen tan especial hipersensibilidad con unos como indiferencia con otros. Son los signos zapateriles de los tiempos, ojo con meterse con los homosexuales, símbolo entre los símbolos de la ideología que nos abruma.
El error por el que el juez Tirado ha sido sancionado “sólo” parece ser un error propio de un funcionario con exceso de trabajo, un leve descuido profesional, uno de esos “comprensibles” borrones que echa hasta el mejor escribano, en vez de un gravísimo error social, como el del juez Calamita que se ha atrevido, oh, cielos, a poner trabas a unos homosexuales. Y encima, clama al cielo, parece poner como excusa o explicación su condición de católico, vade retro, Ratzinger.
Los jueces, en este caso los jueces que juzgan a otros jueces, forman parte de la sociedad en la que están incardinados, están influidos por ella, modificados por ella y adaptados a ella. Aunque debería pedírseles asepsia total.
Que es lo que se le pide a Calamita. En cambio lo de Tirado “sólo” es un pequeño y disculpable error que cualquier día puede ocurrir a cualquier juez. Incluidos los que le han juzgado a él.
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