Empeñados nuestros zapateriles políticos con la memoria histórica se puede llegar muy atrás; empeñados en desfacer históricos entuertos podemos llegar hasta a condenar a Dios por expulsar a Adán y Eva del paraíso terrenal. Puestos a lo que están algunos, que se vaya preparando Dios y que vaya denunciando al ángel de la espada flamígera como cooperador necesario de tamaña injusticia.
Tengo que decidirme, todavía no sé si poner cara de estupefacción ante la estolidez humana o simplemente relajar mis músculos faciales y dejar que mis mandíbulas se desencajen de risa. En cualquier caso ando extremadamente preocupado por la salud mental de algunos de nuestros dirigentes políticos.
Empeñados en desfacer entuertos podemos retroceder hasta Atapuerca y sus “homo antecessor” y condenarlos por comerse osos y deforestar el bosque, que la necesidad de tenernos entretenidos con pan y circo puede provocar situaciones incompatibles con la dignidad humana. Si nuestros políticos se empeñan en pedir perdón por todas las causas desde que existe España podemos no acabar nunca, que somos un país muy viejo y las hemos mangado muy gordas a través de los siglos.
No, los españoles no hemos sido especialmente pendencieros de la Historia ni macarras seculares. Las hemos mangado tan importantes como los demás, (¿hablamos de los ingleses, de los franceses?) pero los demás no viven empeñados en mirarse acusadoramente su ombligo nacional. Claro que los españoles hemos expulsado a los moriscos, claro que eso es incompatible con la Democracia. Claro que eso es clamorosamente injusto. Pero es que estamos hablando de hace cuatrocientos años. Es que hace cuatrocientos años la ética y la moral humana no era la misma del siglo XXI, como el castellano de entonces no era el mismo de ahora, ni las costumbres ni los ropajes.
No podemos aplicar a hechos del siglo XVI o XVII los criterios éticos y filosóficos con que nos desenvolvemos actualmente. No podemos valorar los hechos de la época en que viajar a América duraba tres meses con los criterios morales del siglo XXI, cuando hemos pisado la luna y puesto dos o tres cochecitos en el suelo de Marte. Pretender condenar sucesos históricos tan distantes con la óptica actual es de memos, incapaces y gentes dadas a la holganza, a la pérdida de tiempo y al reblandecimiento cerebral.
Entre otras cosas por el medio han pasado una Revolución Francesa que sentó cátedra en cuestiones sociales, políticas y filosóficas, dos guerras mundiales que nos han proporcionado una óptica sobre la miseria de que somos capaces y decenas de ilustrísimos pensadores que han arrojado luz sobre el comportamiento humano. Querer juzgar a Felipe III por hechos de su reinado es tan absurdo, tan fuera de lugar, como criticar la falta de democracia en el reino de Vitiza. Y además es propio de acomplejados.
Tengo que decidirme, todavía no sé si poner cara de estupefacción ante la estolidez humana o simplemente relajar mis músculos faciales y dejar que mis mandíbulas se desencajen de risa. En cualquier caso ando extremadamente preocupado por la salud mental de algunos de nuestros dirigentes políticos.
Empeñados en desfacer entuertos podemos retroceder hasta Atapuerca y sus “homo antecessor” y condenarlos por comerse osos y deforestar el bosque, que la necesidad de tenernos entretenidos con pan y circo puede provocar situaciones incompatibles con la dignidad humana. Si nuestros políticos se empeñan en pedir perdón por todas las causas desde que existe España podemos no acabar nunca, que somos un país muy viejo y las hemos mangado muy gordas a través de los siglos.
No, los españoles no hemos sido especialmente pendencieros de la Historia ni macarras seculares. Las hemos mangado tan importantes como los demás, (¿hablamos de los ingleses, de los franceses?) pero los demás no viven empeñados en mirarse acusadoramente su ombligo nacional. Claro que los españoles hemos expulsado a los moriscos, claro que eso es incompatible con la Democracia. Claro que eso es clamorosamente injusto. Pero es que estamos hablando de hace cuatrocientos años. Es que hace cuatrocientos años la ética y la moral humana no era la misma del siglo XXI, como el castellano de entonces no era el mismo de ahora, ni las costumbres ni los ropajes.
No podemos aplicar a hechos del siglo XVI o XVII los criterios éticos y filosóficos con que nos desenvolvemos actualmente. No podemos valorar los hechos de la época en que viajar a América duraba tres meses con los criterios morales del siglo XXI, cuando hemos pisado la luna y puesto dos o tres cochecitos en el suelo de Marte. Pretender condenar sucesos históricos tan distantes con la óptica actual es de memos, incapaces y gentes dadas a la holganza, a la pérdida de tiempo y al reblandecimiento cerebral.
Entre otras cosas por el medio han pasado una Revolución Francesa que sentó cátedra en cuestiones sociales, políticas y filosóficas, dos guerras mundiales que nos han proporcionado una óptica sobre la miseria de que somos capaces y decenas de ilustrísimos pensadores que han arrojado luz sobre el comportamiento humano. Querer juzgar a Felipe III por hechos de su reinado es tan absurdo, tan fuera de lugar, como criticar la falta de democracia en el reino de Vitiza. Y además es propio de acomplejados.
(Por cierto, ¿acaso todavía quedan moriscos ofendidos por aquello? Entonces sí que eran españoles, muy españoles.)
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