De momento podemos juzgar por lo que nos dejan que conozcamos, que iba desarmado y que intentó defenderse, posiblemente con la cuchara o con el turbante, motivo más que suficiente según el sheriff del mundo para descerrajarle un tiro en la cabeza.
Ben Laden no interesaba vivo y nunca sabremos por qué, pero desde luego no interesaba llevarle ante un juez, lo que implicaría cámaras y micrófonos. Al parecer era más indeseable que los esbirros de Hitler o Sadam Hussein y los suyos.
Darle un tiro en la sien al ser más despreciable que pueda existir es asesinato, sea la víctima culpable de mil muertes, de mil violaciones o de los crímenes más rechazables que podamos imaginar.
El mundo se regocija en la muerte violenta, regocijo que como ser humano no puedo compartir y como cristiano rechazo. Me duele la muerte, más la de un inocente que la de un consumado y crudelísimo asesino dedicado en cuerpo y alma a proporcionar dolor a sus semejantes, pero si rechazamos la pena de muerte por cruel e inhumana no puedo entender que las fuerzas políticas que la condenan si va precedida de un juicio justo la acepten si se aplica al mismo asesino pero saltándose el engorroso trámite del juicio. El mundo ha perdido una ocasión para la ética.
Nunca sabremos bien lo que ha pasado ni por qué Ben Laden valía más muerto que vivo, seguimos siendo súbditos de Estados unidos, aquél que no se levantó ante su bandera, el primero.
1 comentario:
Bin Laden declaró la guerra a un enemigo peligroso, Estados Unidos, y luego a uno mucho menos peligroso, la España de la zeja. Y declaró la guerra sembrando muertes de civiles, de personas no combatientes. Quienes declaran la guerra y matan en la misma, no pueden esperar que les detenga la policía, les lleve a comisaría para que un juez les juzque. No. En la guerra se mata y se muere, normalmente a tiros.
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