Lo mejor que se puede decir de
Chávez es que no pudieron con él mientras estuvo vivo. Lo peor… ¡son tantas las
cosas qué decir! Recordemos que encabezó un golpe de Estado, que fracasó… y que
luego, vestido de demócrata, con urnas por el medio, se pasó media vida acusando
a la oposición de golpista. Él, que cerró televisiones, que amenazó periódicos.
Que era dueño y señor de villas y villanos.
Demasiado sudamericano, demasiado
extravagante, demasiado grandilocuente, demasiado populista, demasiado altanero,
demasiado autoritario para el gusto europeo. Demasiado amigo de los “demócratas”
cubanos a cuya medida incluso adaptó sus discursos. Bastaría para juzgarle
saber que fue amigo de Fidel Castro, el patriarca de los desahuciados cubanos...
que sin embargo huían de él jugándose la vida sobre cuatro troncos. Demasiado gesticulante,
demasiado altisonante, demasiado rodeado de aduladores y buscavidas, que es lo
que les pasa a todos los que ejercen el poder de manera tan rudimentaria y
personal como él. “Exprópiese”, decía, como si no hubiese más ley que su
voluntad ni más interés que su punto de vista. Demasiado Chávez para ser
creíble.
Estos personajes, propios de las
repúblicas bananeras que describe García Márquez (aquí habrán terminado de
levantar contra mí sus espadones quienes me leen del otro lado del Atlántico),
se llenan la boca de las dulces palabras que les gusta oír a su público devoto
y fiel: Cristo, patria, Bolívar, “Revolución o muerte”… sin que detrás de tanta palabrería vana haya
nada más que el recurso a la pobreza y la sumisión. En España, en Europa, en la
América civilizada, nos libramos de estos personajes para caer en manos de los
hijos del viento y los escrutadores de nubes. Para caer en manos de rufianes inmorales
o de políticos crípticos que agachan la cabeza ante los corruptos, no vaya a
ser que se les suelte la lengua.
Estos personajes tienen éxito en
ambientes sociales degradados, donde la educación de las capas populares es
limitada, donde la desesperación traída por los políticos tradicionales (recordemos
cómo Carlos Andrés Pérez y la corrupción de su segundo mandato hundieron el
país) tiene como indigesto fruto teóricos salvapatrias que terminan por ser vendepatrias.
Quizá por eso a los políticos les gusta tanto meter mano en las leyes
educativas, para que después de la consiguiente ingeniería geneticoeducativa puedan
pastorear a una grey dócil y asamblearia… ¡con lo fácil que es manejar las
asambleas -sean de barrio, universitarias o de vecinos- con un matón, cuatro
chillones y una prensa coaccionada o subvencionada.
Miren, creo que el mundo se ha
librado hoy de un fanático ególatra, de un dictador disimulado, pero no echemos
las campanas al vuelo: nosotros los españoles tenemos muchos políticos de los
que avergonzarnos, tenemos mucha suciedad debajo de nuestras alfombras y
tenemos mucha miseria que nos acogota. Por tener hasta tenemos una nueva ley
educativa cada vez que cambia el gobierno, por algo será.
By the way, ¿Podemos quejarnos de
la prensa amordazada en un país en el que los grandes periódicos están
subvencionados, deben millones (sin reclamar) a la Seguridad Social o ambas
cosas? Roguemos al cielo porque los peores gobernantes que tengamos en el
futuro sean los actuales, no vaya a ser que caigamos en las manos de Beppe
Grillo o Hugo Chávez.
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