Hoy me he levantado enfadado y un
tanto deprimido, no sé si es por tanta lluvia incesante o porque se impone la
dura realidad presente. Soy consciente de que anoche me mojé mientras sacaba a
Zoilo a su último paseo diario y de que esta noche el paro, los escraches, los
desahucios y la mala situación económica en general me han proporcionado mal
descanso y algunas pesadillas.
Échenle la culpa a lo que
quieran, pero el cielo nublado sigue cubriendo España y el desasosiego a los
ciudadanos. En busca de consuelo he venido a mi café preferido y después de dos
cervezas con limón, con mucho más limón que cerveza, he encontrado cierto
alivio al ver que mi mal es muy común. Ya saben, mal de muchos... Hablando con
unos y con otros, entre vaso de cerveza y pincho de tortilla (algún día los
sociólogos deberían explicar la importancia del pincho de tortilla en la moral
colectiva española), he pensado que echo de menos palabras convenientes y
gestos contundentes de quienes tienen en su voz y en sus manos la terapia del
poder: partidos, rey e Iglesia.
Desecho ya de entrada a los
partidos por ser corresponsables y co-causantes de la actual situación, así que
los elimino sin dilación ninguna, Sí, ya sé lo que me van a decir ustedes, que
el desprestigio también acompaña a las otras dos instituciones y que no les
sobra crédito entre la ciudadanía. Cierto, cierto, pero como ésta es mi columna
de opinión y la opinión es subjetiva, permítanme que conceda todavía crédito al
Rey y a la Iglesia, quizá simplemente porque no firman el BOE y porque se
supone que deben mantener una posición neutral, por encima del debate político.
Espero, habría esperado hace
tiempo, palabras del rey en apoyo a quienes sufren y desautorización para
quienes causan ese sacrificio: políticos, banqueros, cajeros, (de las Cajas de
Ahorros, digo) y corruptos, llamados con nombres y apellidos, censurados y
avergonzados en plaza pública. Habría esperado hace tiempo energía política más
allá de las palabras, vigor verbal y acompañamiento a los desesperados.
Palabras y gestos, cercanía y comprensión.
Y la Iglesia, claro, la Iglesia
de Francisco I, el de los bellos e impactantes gestos, el de las hermosas
sorpresas, el de la esperanza resurgida, el que rompe moldes. El de la
renovación. Pero la Iglesia de Roma está demasiado lejos, atiende a demasiados
conflictos mundiales, demasiados temores y demasiadas ansias, así que me
referiré a la de Rouco Varela, que es la misma Iglesia pero a la vuelta de la
esquina, en tiempos en que en cada esquina hay un pobre. Y ambas son mi
Iglesia, caramba. De ella necesito más contundencia, más denuncia de la
injusticia, más acusación a los culpables, más soluciones a los problemas, más
amparo a los desamparados, más casas a los desahuciados.
Ya ven, además de depre, hoy me
he levantado ingenuo y amargamente crítico. Quizá sea porque el mal tiempo
acompaña desde hace varios años a esta sociedad que me ahoga y me desespera,
quizá sea porque dicen las estadísticas que en el mes de marzo ha llovido más
miseria que nunca sobre España.
Tonto que se pone uno con el paso
de los años.
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