Sobre el tajo de agua que hiende
la meseta y divide la tierra queda todavía el surco que trazó la última barcaza.
Se acaba el día y la bonanza se refleja en el agua, se prolonga hasta la agonía
de la tarde y se pierde detrás de la recta interminable, donde el horizonte
marca la caída del sol. Apenas ha tocado tierras de Cerrato y ya se aleja hacia
Valladolid; con Tierra de Campos a sus espaldas el canal de Castilla navega
camino del desenlace que como en los grandes libros sólo se desvelará al final.
De la exposición de Soledad Jiménez, Casa de la Cultura Villamuriel de Cerrato |
Huérfano ya de viajes de trigo,
con las esperanzas finalmente amarradas a las esclusas clausuradas y sin voces
que lo despidan, el sueño de los ilustrados se dirige devorando pausadamente la
tarde hacia la puesta del sol. Soledad se llama su camino y lo envuelve en una
neblina de sosiego y calma que fluye con provocativa lentitud, nada parece
cambiar en él pero nunca se detiene. Es la vida, es el canal, es Castilla. Enhiestos
álamos enmarcan sus orillas, señalan al cielo elevándose ingrávidos y subrayan
con motas doradas y ocres que el verano se va a acabar. De vez en cuando un
alboroto vocinglero señala una despedida y un batir de alas inicia el adiós.
Alguna pluma desprendida cae mecida en el vacío.
La luz apagada del final del día,
blanco y dorado lo enmarcan todo, reverbera sobre ondas blandas y revuelve el
reflejo en el agua. Todo se funde en el horizonte, allá donde el canal va a
desaparecer, donde el sol busca ya su sueño terminado su camino, más breve cada
tarde, más cansado y más otoñal. Pero no quiere despedirse el sol de tierras de
Villamuriel y se amodorra en los árboles con llama débil y sosegada, queriendo
prolongar la luz y alargar la vida. Las nubes, buscando en la compañía amparo
de la noche, se amontonan en blancos y grises sosegándose a la espera del
amanecer.
El agua, que a mis pies es
serena, delicada y trasparente, se vuelve de acero cien metros más allá pero
mantiene siempre la mansedumbre a que está acostumbrada. Remolonea y quisiera
entretenerse contando al viento lo que lleva ya visto pero el canal es como
Castilla, mansedad eterna y callado estoicismo, y jamás ha cuestionado a sus
creadores cuál es su destino ni por qué sigue aquí. Ni una pregunta, ni una
queja. Sólo silencio y eternidad.
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