Uno tiene la debilidad de pasarse el fin de semana escuchando la radio o leyendo la prensa, defectos que arrastro con paciencia. Además de lo de Lisboa la radio me ha contado que un grupo de subsaharianos ha arribado al antes famoso islote de Perejil. Y se han pasado toda la mañana hablando de los subsaharianos. De tanto como lo han repetido he sentido primero molestias y después ganas de reír por el ridículo ajeno.
Qué le voy a hacer, siempre me ha molestado lo políticamente correcto, no lo resisto. La verdad es que lo sufro con frecuencia en una sociedad a la que no le importa ser rebaño y andar detrás de quien enarbola cualquier bandera de conveniencia bajo la que amparar cualquier idea, aunque sea buena, que tiene asomo de progresismo; nuestra España, Europa, pierde el culo por apuntarse a todo lo que suene a progresismo. Yo pienso que se trata de nuestros complejos, nunca aceptaremos que Franco haya muerto en la cama, por ejemplo.
Me desvío; les estaba contando lo de la radio y los subsaharianos. Que nos da miedo decir “negros”. Si decimos “negro” nos debemos creer capitanes de aquellos barcos de vela que atravesaban el Atlántico desde las costas de África hasta los puertos esclavistas de América. Todo sea menos decir “negro”, maldita sea. El caso es que las emisoras han inventado un neo lenguaje en el que determinadas expresiones están prohibidas. Ya no se puede decir “maricones”. Homosexuales, oiga. Ya no se hacen chistes de maricas. Prohibido. Ni de gangosos. Imposible volver a escuchar los chistes de Arévalo sobre gangosos. Que somos gilipollas, coño. ¿Cuándo va a salir un lobby que presione en defensa de los calvos? “Hombres de escasa cabellera” estaría bien. ¿Por qué hemos de sufrir en silencio, como lo de las almorranas, el cachondeo social y la discriminación aquellos que tenemos una cabeza tan perfecta que vamos enseñándola?
Me invadieron las ganas de cachondearme del locutor. De la emisora. De lo políticamente correcto. De los subsaharianos. Que resulta socialmente pecaminoso decir negro, maldita sea. Pues yo apostaría el sueldo de un mes a que todos los que llegaron a Perejil eran negros, más negros que el carbón. Y también apostaría a que ningún subsahariano blanco, de esos que habitan en la antigua Rodesia o en Sudáfrica, llegó al conocido islote. También son subsaharianos. Pero no eran negros, ése tal vez sea su error.
Y ya puestos a hablar de negros, blancos o a rayitas, otro día hablaremos de la inmigración, de sus límites y de la suprema tontería de levantar barreras y dejar pasar a todos. Porque sí. Hala, hospitales para todos. Con cargo a mis impuestos. Podríamos tomar nota de lo que hacen otros. Ah, no, nosotros somos progres, no podemos copiar cosas de otros países, aunque vayan mejor que nosotros. A España que entren todos, que además les invitamos a una cervecita en el bar de la esquina. Con cargo a los presupuestos generales del Estado.
Pero ya digo que eso lo dejo para otro día que tenga ganas. Hoy me voy a comprar un bolso falso al mercadillo de la plaza. Al primer subsahariano blanco que me encuentre.
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