Fuimos muchos los católicos que
recibimos la llegada de Francisco I con esperanza. Con esperanza de que
supusiese la renovación imprescindible en una Iglesia que se veía agotada,
extenuada, que se iba consumiendo poco a poco sin otra posibilidad que la lenta
agonía. Su presencia suponía una ruptura con papados anteriores y con un papel
excesivamente conservador que estaba llevando al Catolicismo a la ruina. La
Iglesia, centrada en sí misma, en sus propios ritos se dedicaba con frecuencia
a lamerse las propias heridas. El otro papel de entrega a los demás, de sacrificio
por los más débiles era ex profeso apartado de la actualidad por los medios y
la Iglesia no lo ponía en valor, permítanme utilizar una expresión tópica pero
fácilmente comprensible.
El nuevo Papa ha dado muestras de
personalidad y valor; sus declaraciones poco ortodoxas van marcando una senda
diferente, entreabriendo las cortinas de un escenario que muchos deseamos
vivificador y renovador. Sus últimas declaraciones sobre el matrimonio de los
sacerdotes así lo testifican. El matrimonio de los curas no contradice en nada
ningún pasaje del Evangelio ni de la Biblia, simplemente la Iglesia tomó esa
opción pensando en la plena dedicación de los sacerdotes a su parroquia, lejos
de las cargas de una familia. El día que el Papa quiera esa situación puede dar
marcha atrás sin necesidad de contradicción, grandes formalidades ni fuegos de
artificio…
Muchos esperamos que decisiones
valientes como ésta no tarden demasiado o llegarían muy tarde; la situación de
la Iglesia, acosada por sus propios errores o por la mala baba de un laicismo
decimonónico, que no sabe distinguir entre lo trascendente y lo mundano, sin
duda para tapar sus propias inmundicias, traicionada por una derecha amoral que
sigue el mensaje evangélico sólo cuando le interesa y para lo que le interesa,
es grave y su camino tiende a llevarla a la desaparición o a la marginalidad. Son
tantas las cosas a reformar que apenas queda tiempo en una sociedad guiada solo
por el criterio de lo inmediato, de lo práctico y de lo material, que por lo
tanto tiende a rechazar y despreciar lo distante, espiritual e intangible.
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