Les ruego que me disculpen si me
salgo del discurso oficial. Debo reconocer además que es algo que me gusta,
nunca ha sido mi fuerte seguir sendas muy transitadas sino que me ha gustado
gestionar individualmente mis errores.
El caso es que no me identifico
en la miseria que corroe a amplias
capas de la sociedad cuando pierde nuestra
selección de fútbol ni mi elevo a la séptima gloria cuando gana. Sí, me gusta
el fútbol y sigo, si la tensión me lo permite, los partidos. Pero en todo caso
soy consciente de que el nombre de España no descansa en las proezas deportivas
de un grupo de atletas de élite.
Tengo muy claro que quien juega,
pierde o gana no es España sino un seleccionado de sus futbolistas, que podrán
estar más o menos acertados pero que no juegan con el nombre de España. El
error está en quien lo cree así y en ello deposita su fe y hasta su bienestar,
su descanso y sus creencias. Esta mañana la prensa cuenta que las expectativas
de alborotos ciudadanos durante la coronación de Felipe VI dependían del
resultado del partido frente a Chile.
Estamos mal de la cabeza. La
crisis antes que económica es ética y moral. Parte de las viejas actitudes y
los viejos comportamientos sociales se han ido sin ser sustituidos por otros
mejores o mayores; así, que hombres adultos salgan a la calle embutidos en
trajes de guerra con apariencia deportiva, que se pintarrajean y alegran hasta
la borrachera o se amargan a espensas de lo que haga la selección de fútbol se
me antoja una inmoralidad en un país de seis millones de parados, a la cola de
investigación científica y sin una sola universidad de prestigio en el mundo.
Si ya vamos a tomar decisones
ciudadanas y políticas según sea un resultado deportivo… es para que nos
ingresen en un sanatorio mental, si me permiten usar una terminología en
desuso. Perdonen que no lo entienda, que algunos depositen su pasión en el
fútbol o que el honor de España dependa de un resultado deportivo es algo que
me habla a las claras de inmadurez de una sociedad tan envejecida como altanera
y desinteresada en su propio futuro.
Dejamos para la barra del bar la
debacle moral de nuestros políticos y nos manifestamos con alboroto si nuestros
deportistas fracasan o triunfan. A mí me parece un claro síntoma de enfermedad.
Luego cuando nos demos cuenta de
que los bárbaros saquean Roma será tarde para quejarnos de los males que ahora
callamos. España, España, España, bim, bom, bam…
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