He contemplado con absoluta desolación el desastre que
alguien ha autorizado en San Martín de Frómista, monumento nacional desde 1894
y Bien de Interés cultural desde 1982, una joya que embebe a miles de
visitantes al año al pie del Camino de Santiago, un monumento tan importante
que es imposible saber la cantidad de dinero que ha empleado la Administración
en su embellecimiento y mantenimiento. Desde que en 1895 Manuel Álvarez puso
manos a la obra de restauración, tan polémica, ¿cuánto ha invertido el Estado
en conservar y valorar tan preciosa joya románica?
Y sin embargo hoy le está creciendo un adosado a tan
preciada reliquia, tan encima, tan encima que parece que va a devorarlo. Antes
frente al monumento había un solar, un patio tapiado que daba aire a la joya
románica, que permitía su contemplación como un edificio exento; ahora se está
levantando una nueva vivienda y donde estaba ese patio se está edificando,
cercando San Martín, tapiándolo, sitiándolo.
La construcción de un edificio tan próximo suena a burla a
nuestro patrimono y desde luego es un insulto al esmero con que las autoridades
han tratado en otro tiempo este preciadísimo monumento castellano. A San Martín
le están tapando la fachada principal con un edificio contemporáneo que ofende
y minusvalora una pieza emblemática del arte románico. Las obras de arte, usted
sabe, lector, necesitan “aire”, espacio suficiente para ser observado a
distancia. A San Martín de Frómista se lo niegan, le han metido casi encima una
vivienda que entorpece y afea la contemplación.
Me pregunto si tanta necesidad de espacio hay en la
inmensidad de Tierra de Campos, si los horizontes no están suficientemente
lejanos, si nuestra ¿civilizada? Administración autonómica no ha podido
encontrar mejor manera de compaginar derechos de unos y otros; me pregunto si
no quedaban alternativas para facilitar la construcción y mantener límpido San
Martín; me pregunto dónde quedan el entendimiento y la sensibilidad artística
de quien autorizó enterrar San Martín entre edificios.
Tapian San Martín, cuya elegancia exenta tantas veces hemos
contemplado tantos, y ya que estamos en tiempos de crisis déjenme acabar con un
argumento económico: ¿qué hacemos ahora con esos millones que durante más de
cien años hemos gastado en ponerlo en valor? ¿Para qué?
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