Quiero pedir perdón a los
lectores: me he debido hacer facha, discúlpenme. Creo que soy facha porque me
gustan las mujeres de antes, lo siento pero no he sabido evolucionar con esta
sociedad, que es lo que siempre había yo criticado a mis mayores. No me gusta
que la mujer de hoy se haya equiparado al hombre, que se haya puesto a los
mismos niveles del hombre.
Nací en un tiempo en que las mujeres
no llevaban pantalones ni podían ni abrir una cuenta bancaria por sí solas.
Afortunadamente hemos evolucionado España y yo desde entonces, cierto. Pero me
siguen gustando las mujeres como las de antes, si es posible bien armadas por
delante y con algo de picardía en el escote. Ya, ya, entiendo, perdón,
perdónenme mi machismo recalcitrante. Estoy chapado a la antigua, no soy guay.
Ni pretendo serlo. Ni gay.
No, ni se me ocurre pensar que no tengan los
mismos derechos que yo, ni que se les impida hacer algo que se me permita
hacer a mí (bueno, salvo lo del pis de pie) ni que algún troglodita considere
que por ser mujer valga menos, se la pueda maltratar o posponer.
Soy absoluto defensor de que la
mujer haya alcanzado los niveles de libertad y bienestar actuales y que haya
luchado por equiparar sus derechos a los del hombre. Bien por ella. En lo que
ya no estoy de acuerdo es en que se haya equiparado al hombre, que se haya
puesto al mismo nivel de burrez, villanía, bajeza e indignidad que el hombre, a
esto llevo refiriéndome desde el principio del artículo.
Por algún motivo a los hombres se
nos ha dicho, (sí, estoy generalizando, lo sé, pero no me digan que no es una
verdad muy extendida) que para ser hombre hay que ser brutos. Bastos. Vulgares.
Y la sociedad lo ha corregido en gran manera con años, muchos, de educación.
Pero con frecuencia seguimos hablando a grandes voces para que se nos haga caso o para
creernos con la razón. O para ser más machotes. O echando juramentos a
espuertas para creernos el colmo de la hombría, “cagándonos” en lo más alto y
más sagrado para demostrar tanto que estamos en posesión absoluta de la verdad como
nuestra “machorrez” atávica, expulsando nuestra ignorancia y nuestra
frustración en interjecciones sonoras creyendo que con nuestras bastedades
somos más libres, más chupiguay y más progres. Algún alumno se me quedó con la
boca abierta cuando le pregunté por qué razón decir “macagüenlaputaqueteparió” varias
veces por minuto es de hombres más machotes que los que no lo dicen.
No, no he perdido el hilo. Es que
esta mañana en el autobús he oído sin querer una conversación de este tipo. A una "señora". Cuatro de cada tres palabras era un taco. “Caca, culo, pedo pis” según creo
recordar eran las palabrotas que decía uno de los protagonistas de “El príncipe
destronado” de Miguel Delibes (escribo de memoria, corríjaseme si procede), pero los
tacos de esta mujer de esta mañana no eran precisamente de ese calibre, no. Y
se creía mejor, más mujer, más libre y más femenina por ello.
Sé que hay que decir tacos, yo
los digo, claro que sí, pero me niego a creer que sean una demostración de
libertad, de “chupiguayismo”, de hombría; no por decirlos se tiene más razón.
Ni más razones. Sobre todo no se tienen más razones. Que la mujer de hoy día se
haya equiparado al hombre, que se haya puesto a los mismos niveles del hombre
en estos asuntos de falta de educación y elegancia me parece trágico,
rotundamente trágico, no es un avance para ellas. Les hemos hecho creer –se han
creído- que por ello eran mejores. No son más libres, son más brutas. Como los
hombres, sí. Como algunos hombres.
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