Palencia es una emoción:

03 febrero 2012

De la (mala) educación


Recientemente las consideraciones de un jurado en el importante juicio a Francisco Camps, expresidente de la Comunidad Valenciana, ponían al descubierto el grave déficit de instrucción que soporta la sociedad española. El texto estaba tan plagado de errores que ha pasado a la prensa no por su sabroso contenido periodístico sino por sus garrafales faltas ortográficas y sintácticas, es decir por las carencias culturales de su redactor.

Pero el déficit no es sólo de instrucción, el todoigualismo español falla también en la trasmisión de determinados valores, prefiero ahora no hablar de los cambiantes valores morales sino de valores educativos que debieran ser permanentes. Saludar, despedirse y dar las gracias son costumbres sociales en desuso, lo que lamentablemente nos devuelve, a mi estúpido parecer, al estado cavernario de los neandertales. Seguro que los cromañones las empezaron a practicar y el Homo Sapiens de los siglos XX y XXI las está perdiendo de vista, pues son ñoñerías baladíes en lógico retroceso, síntoma de cursilería social.

Interrumpir una reunión, llegando tarde con pertinaz reiteración, es otra pésima costumbre tan arraigadamente española como imposible de comprender en cualquier país medianamente civilizado. Entrar con naturalidad infantil, sin ofrecer una excusa a los presentes ni solicitar permiso, sólo puede ser comprendido en una sociedad en la que todo vale hasta el asilvestramiento general.

¿Y quién no ha padecido alguna vez por alguna llamada telefónica que no le han devuelto? A mí me acaba de pasar. Dos veces. Me ha ocasionado trastornos, indecisiones y una situación un tanto incómoda de digerir. Devolverme una llamada particular y tal vez interesarse por el motivo de la misma no debía parecer algo lógico a la persona con la que yo quería ponerme en contacto. Pero la educación no es sólo índice de cultura, también es señal de dónde pone uno el límite entre dignidad e indignidad propias. Penita, oiga.

La cuestión no es qué debemos hacer para ganar el respeto de los demás, sino cómo conseguir que parte de la sociedad española, la parte más ágrafa por muy universitaria que sea, tenga la más mínima consideración por los demás. A eso, pensar en los demás, se le llama educación.

¿Quién tiene la culpa de tanta incultura y de tanta mala educación, el individuo o el pueblo que lo acepta resignadamente? ¿Todo vale?

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