(Mi colaboración semanal para Onda Cero Palencia)
Reconozco, señores oyentes, que
soy de natural pesimista. Que a la hora de mirar el vaso casi siempre lo suelo
ver medio vacío. Ya saben, a lo peor solo soy un optimista bien informado. Así
que aunque les confieso que no tenemos remedio ni solución y que el cielo está
a punto de derrumbarse sobre nuestras cabezas también les confieso que de vez
en cuando una lucecita se enciende en el horizonte y nos sirve de estímulo
optimista. Es el caso, acaba de ocurrir.
Naturalmente me refiero a Aguilar
de Campoo y su designación como sede de las Edades del hombre para dentro de
dos años. Como les he dicho más de una vez Palencia es lo mejor que podía
ocurrirme en la vida, pero Aguilar es también lo mejor que podía ocurrirle a
Palencia. Confieso mi enamoramiento por el norte de nuestra provincia y mi
deseo de cometer bigamia si me fuera posible y desposarme con Cervera y con
Aguilar al mismo tiempo.
La crónica diaria de la provincia
de Palencia es, casi, la crónica de un vacío humano y económico fuera de la
capital. Por eso, amigo Julio César, admiro tanto tu labor en este programa,
siempre retratando lo mejor que entre nosotros ocurre, ensalzando las labores
de esa galaxia de pueblecitos imposibles extendidos por toda la geografía
provincial. Pero en contradicción con ese vacío hay que resaltar la importancia
de algunos núcleos capitales en la mitad norte, que sustentan la población, la
actividad económica y cultural. Cervera y Aguilar, no, no solo ellos, son la
prueba palpable de que la vida es posible fuera de la capital.
Que ahora hayamos tenido la
suerte de que Aguilar haya sido designada para este importante acontecimiento
es algo que hay que aprovechar. Ya, sí, es cierto, no solo es suerte, lo sé, lo
sé. Detrás de esa suerte está el trabajo de las autoridades locales y
provinciales (y ustedes son testigos de que no acostumbro a ceder al comentario
tontamente laudatorio) y la existencia de un pasado rico y glorioso del que
afortunadamente hemos sabido conservar suficientes testimonios en piedra y
arte. Aquellos fuimos nosotros, los de los capiteles instructivos, los de las
espadañas imposibles, los de las arquivoltas sabias, los de la fe y oración
hechas piedra e historia. (Aquí mi pecho pediría incluir un comentario
pesimista respecto al futuro de quienes tenemos tan brillante pasado, pero hoy
me lo voy a callar, ustedes perdonen).
Y ese brillante pasado, esa
infinidad de joyas deslavazadas, desperdigadas allá y acullá, aisladas en medio
del vacío montañés, deben formar parte de nuestras “Edades”. No me refiero solo
a que estén presentes físicamente en la exposición, tal imagen, tal cuadro, tal
retablo. Esta es una ocasión única para encadenar, casi físicamente, los
eslabones de tanta belleza. Los arcos torales, los frescos románicos o góticos,
los canecillos, los pantocrátores, no se pueden trasladar a Aguilar. Ni tampoco
la carretera de los pantanos, ni Piedrasluengas ni el Valle Escondido. Ni
Fuente Cobre ni el Espigüete. Habrá entonces que trasladar a los visitantes.
Habrá que encadenarlos a nuestras bellezas naturales o artísticas, habrá que
someterlos a la dictablanda de nuestras riquezas históricas, habrá que enlazarlos
a nuestras tradiciones montañesas. ¿Enlazar? Permítanme digitalizar esta idea:
hay crear “links” con los visitantes, “links” que los encaminen a otros
atractivos, sean geográficos, gastronómicos o culturales, y ustedes perdonen el
barbarismo.
La ocasión es única, pasará mucho
tiempo antes de que la belleza palentina vuelva a tener otro escaparate
semejante. Somos como una hermosa chavalita universitaria que tiene mucho que
enseñar por arriba y por abajo, y llámenme ustedes machista u otra cosa peor,
no va a ninguna parte. Hay que crear las infraestructuras, inventar ocasiones
si hiciera falta, magnificar ofertas, pero hay que aprovechar que miles de cámaras,
miles de ojos, miles de opiniones van a pasar por Aguilar de Campoo. No pueden
quedarse solo allí; todo el norte, con su arte, sus montañas, sus valles y sus
ríos, debe estar presente y tirar de los visitantes hacia tanta hermosura
palentina, que si hasta ahora ha sido casi siempre recóndita, debe pasar a
exhibirse desvergonzada e impúdicamente: algo así como Olvido Hormigos, pero
honesta y culta.
Palencia es una emoción, Palencia
es un museo abierto y tiene muchas bellezas y mucho arte que enseñar. Es la
hora de acabar con el recato y la discreción, hay que quitarse los siete velos
y mostrar al mundo que la montaña palentina, toda la montaña palentina, es una
tierra de ensueño que conocer, en la que vivir y en la que invertir. La ocasión
es única, pero también Palencia lo es, y no podemos desperdiciarla. No podemos desperdiciarlas, quiero decir.
@pedrodehoyos se despide de
ustedes hasta mejor ocasión.
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