Yo siempre he pensado que el trabajo de los hombres anuncio era una vergüenza. Entonces decíamos hombres-sándwich y los que vivíamos en la España interior los veíamos sólo en algunas películas españolas de las de entonces, imagino que con Tony Leblanc de protagonista.
Entonces en el cine Savoy, el cine de Venta de Baños, los lunes ponían seguidas las dos pelis del fin de semana (entonces nadie decía “finde”) al precio de una sola. Si había algo de dinero y permiso paterno, difícil conjunción, nos largábamos allí a montar algún escándalo con el que entretener las últimas horas de la tarde. Y solía ser en la peli tolerada para menores de trece años en la que solían aparecer los hombres-sándwich. La otra, la tolerada para mayores con reparos, la veíamos agazapados y temiendo la llegada del acomodador, siempre sospechando que nos iba a echar de donde previamente nos había dejado pasar.
Siempre me pareció una vergüenza que un hombre tuviera que trabajar “de eso”, yo me planteaba qué haría un hombre-sándwich si de frente se encontrara con su madre, quizá a la vuelta del pescao o de la carne. ¿Se escondería en un portal, se escondería detrás de su propio anuncio? Tal vez con agacharse un poco y bajar la cabeza entre los dos carteles bastaría.
Éstos y otros recuerdos del retrasado mental que entonces era yo (bueno, no se ponga así, tampoco usté ha mejorado mucho con el tiempo) se me agolparon en la cabeza cuando leí las últimas novedades de Gallardón. Y también me acordaba de otras pelis, quizá de Doris Day y Rock Hudson, en las que estos mismos hombres-anuncio (bueno, los mismos no, eran otros, claro) aparecían también con sus carteles llamativos, sólo que en este caso no entendíamos lo que decían, y es que los extranjeros siempre han hablado muy raro. ¡Con lo bien que nos entendíamos los de Venta de Baños con los del pueblo de al lado! A pedradas, incluso, cuando se ponían bordes y osaban ganarnos al fútbol.
Con el paso de los años sigo pensando que a estos personajes les debe dar una vergüenza enorme que su madre se los encuentre así vestidos por la Gran Vía, encartelados mientras van anunciando que compran oro o que beba usté coca-cola que refresca la leche. Sigo pensando que es indigno, ofensivo y doloroso, que incluso es algo próximo a la esclavitud… Pero también entiendo que estos buenos señores tienen que comer todos los días, que es un trabajo honesto y que más vergonzosa es la prostitución y ahí está la Calle Montera (¿Sigue habiendo prostitución en la Calle Montera? ¿O no era en la calle Montera?) y los periódicos de Madrid poniéndose las botas económicas, incluso en estos atribulados tiempos, con los anuncios de putas al por mayor. Y esa vergüenza de pensar si se encontrarán o no con su madre a la salida de la carnicería, o con sus hijos a la salida del cole hace aún más duro y por tanto más honesto su trabajo. Porque ante todo es un trabajo que les da de comer, poco y mal, sin hacer daño a nadie.
Yo no quiero ser un hombre sándwich, no por mi madre, no, sino por Maripuri, una de mi pueblo que estaba de coge pan y moja hasta que el Leandro apareció por el casino anunciando a bombo y platillo que se la había tirado en la sala de espera de la famosa estación de mi pueblo. Desde entonces la Maripuri desapareció y se vino a Madrid, su familia decía que a trabajar de modelo, pero ya, ya, de modelo… Encontrármela tan peripuesta y arreglada como deben ir las “modelos” de Madrid yendo yo de hombre sándwich... eso si que me daría vergüenza.
Señor Ruiz Gallardón, rectifique, no se coma a los hombres-sándwich.
Entonces en el cine Savoy, el cine de Venta de Baños, los lunes ponían seguidas las dos pelis del fin de semana (entonces nadie decía “finde”) al precio de una sola. Si había algo de dinero y permiso paterno, difícil conjunción, nos largábamos allí a montar algún escándalo con el que entretener las últimas horas de la tarde. Y solía ser en la peli tolerada para menores de trece años en la que solían aparecer los hombres-sándwich. La otra, la tolerada para mayores con reparos, la veíamos agazapados y temiendo la llegada del acomodador, siempre sospechando que nos iba a echar de donde previamente nos había dejado pasar.
Siempre me pareció una vergüenza que un hombre tuviera que trabajar “de eso”, yo me planteaba qué haría un hombre-sándwich si de frente se encontrara con su madre, quizá a la vuelta del pescao o de la carne. ¿Se escondería en un portal, se escondería detrás de su propio anuncio? Tal vez con agacharse un poco y bajar la cabeza entre los dos carteles bastaría.
Éstos y otros recuerdos del retrasado mental que entonces era yo (bueno, no se ponga así, tampoco usté ha mejorado mucho con el tiempo) se me agolparon en la cabeza cuando leí las últimas novedades de Gallardón. Y también me acordaba de otras pelis, quizá de Doris Day y Rock Hudson, en las que estos mismos hombres-anuncio (bueno, los mismos no, eran otros, claro) aparecían también con sus carteles llamativos, sólo que en este caso no entendíamos lo que decían, y es que los extranjeros siempre han hablado muy raro. ¡Con lo bien que nos entendíamos los de Venta de Baños con los del pueblo de al lado! A pedradas, incluso, cuando se ponían bordes y osaban ganarnos al fútbol.
Con el paso de los años sigo pensando que a estos personajes les debe dar una vergüenza enorme que su madre se los encuentre así vestidos por la Gran Vía, encartelados mientras van anunciando que compran oro o que beba usté coca-cola que refresca la leche. Sigo pensando que es indigno, ofensivo y doloroso, que incluso es algo próximo a la esclavitud… Pero también entiendo que estos buenos señores tienen que comer todos los días, que es un trabajo honesto y que más vergonzosa es la prostitución y ahí está la Calle Montera (¿Sigue habiendo prostitución en la Calle Montera? ¿O no era en la calle Montera?) y los periódicos de Madrid poniéndose las botas económicas, incluso en estos atribulados tiempos, con los anuncios de putas al por mayor. Y esa vergüenza de pensar si se encontrarán o no con su madre a la salida de la carnicería, o con sus hijos a la salida del cole hace aún más duro y por tanto más honesto su trabajo. Porque ante todo es un trabajo que les da de comer, poco y mal, sin hacer daño a nadie.
Yo no quiero ser un hombre sándwich, no por mi madre, no, sino por Maripuri, una de mi pueblo que estaba de coge pan y moja hasta que el Leandro apareció por el casino anunciando a bombo y platillo que se la había tirado en la sala de espera de la famosa estación de mi pueblo. Desde entonces la Maripuri desapareció y se vino a Madrid, su familia decía que a trabajar de modelo, pero ya, ya, de modelo… Encontrármela tan peripuesta y arreglada como deben ir las “modelos” de Madrid yendo yo de hombre sándwich... eso si que me daría vergüenza.
Señor Ruiz Gallardón, rectifique, no se coma a los hombres-sándwich.
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