Leo y me cuentan que empieza Gran
Hermano, gran paradigma de la España cañí de 2013. Puedo prometer y prometo que
en mi vida, en la vida de Gran Hermano, habré visto unos… 10 minutos de este…
de esto. Sin duda para algunos de mis lectores, para todos los seguidores de la
exitosa emisión, ése es mi error, juzgar sin conocer toda la información.
Pero no voy a poner obvios
ejemplos de cosas que sin conocer ni experimentar sabemos catalogar a priori como
nocivas, ni siquiera voy a explicar que leyendo lo que se escribe (¡y se
fotografía!) sobre sus protagonistas no necesito mayor detalle ni precisión. Conozco
lo suficiente sobre el contenido, el desarrollo y los habituales protagonistas
de este ¿programa?
Su presentadora fue una gran
entrevistadora, famosa, muy apreciada y bien pagada, con un gran crédito profesional.
Pero pasó de ser alguien seria, creíble y trascendente, con una trayectoria en
ascenso, a ser alguien olvidada por las grandes cadenas, que hicieron caso
omiso de su prestigiosa desenvoltura profesional. Pocos periodistas fueron tan
apreciados como ella para caer desde tan alto y tan estrepitosamente, de pronto
nadie la quería. Descubrir el motivo de su largo ostracismo será materia para
quienes estudien la metamorfosis de la televisión en España.
Y en estas llegó Gran Hermano, la
basura acudía al rescate de la grandeza periodística. Mercedes Milá tenía que
comer y vendió su alma al diablo, vendió su prestigio, regaló la grandeza de su
itinerario profesional a cambio de un plato de lentejas, prostituyó su
profesionalidad para salir adelante… tal vez convencida de que no tenía otra
salida. Y lo que había sido telebasura se convirtió de la mañana a la noche en “un
experimento sociológico”, algo así como trasformar la hamburguesa en el néctar
de los dioses. La ambrosía disponible para los mortales en el todo a cien de la
esquina, vaya.
Gran Hermano representa en la
sociedad actual lo que la bailaora sevillana y el fiero toro banderilleado sobre
las cajas de las televisiones en los años sesenta: caspa; sus protagonistas son
como los maletillas que en aquellos años saltaban a las plazas de toros de El
Cordobés en busca de una oportunidad que no sabían encontrar de otra forma; su
cultura es comparable a la de las señoras con rulos y boatiné de la España
rural franquista, ejecutan (iba a poner desempeñan pero esta palabra es más
acertada) el mismo rol social que los quinquis asaltagallinas de aquellos
tiempos: la marginalidad, las limitaciones culturales y la incapacidad productiva
y social.
Sus seguidores actuales son la
versión del siglo XXI de aquellas marujas que embadurnaban sus días con los
seriales de la radio, ciertamente de mucha mayor enjundia cultural y de ocio
que este ¿programa?, y de aquellos personajes de “celtas” en la comisura de los
labios, partida de julepe de cuatro horas diarias y escupitajo certero. Ésa es
la España que tenemos hoy en día, esos son los frutos de miles de millones
invertidas en Educación popular, esa es la España de boina hasta las orejas a
pesar de haber pasado por la escuela, la españa de escopeta recortada siempre cerca de la
mano a pesar de haber estudiado “Educación para la ciudadanía” y de haber
celebrado miles de veces la Constitución, la fiesta de los gays de Chueca y
Halloween, que no tiene nada que ver con lo anterior pero hay quien cree que
eso nos hace más internacionales, mundanos y adelantados.
No pretendo volver a “Cesta y
puntos”, no pretendo volver al NO-DO, no pretendo volver a los años sesenta o
setenta, es Mercedes Milá, su equipo y la España que los sigue los que quieren
devolvernos a aquella época.
Es la España que tenemos quizá porque
sea la que merecemos, pero no, no es mi España.
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