La primavera ha estallado con
fuerza y el aire huele a feria y a diversión. Cada día el calor es mayor y las
tardes más largas. Las calles se adornan para disfrutar de la feria de abril;
comercios y mostradores se embellecen con pañuelos rojos con lunares blancos y
abanicos blancos con lunares rojos mientras los escaparates exhiben trajes de
faralaes. Bancos y oficinas anuncian ya los horarios reducidos que regirán
mientras haya juerga, er cuerpo ahuante y hayan ganah de marsha seviyana.
Bares y tabernas muestran también
su ánimo y predisposición festiva con concursos populares de sevillanas.
Cuando, al final de la dura jornada de trabajo, las gentes se cruzan por los
soportales se intercambian muchos “Ozú, mi niño” y “Mi arma, quillo”. Andalucía
en todos los pechos, Andalucía en todas las gargantas.
El ayuntamiento ha publicado ya
el bando solicitando a la población encalar las paredes de las viviendas; así
mayores y jóvenes, entre palmas y alegría, blanquean todas las fachadas
sabiendo que en cada brochazo va la esencia andaluza que late en sus corazones.
Incluso la plaza mayor empieza a cubrirse a lo largo y a lo ancho de banderas
verdiblancas.
Los más previsores desempolvan
los trajes camperos y el sombrero de ala ancha, soñando con recorrer sin cesar
el real de la feria en coche de caballos, dejándose orgullosamente ver por los
curiosos. Con la crisis habrá que hacer esfuerzos, sí, pero del traje campero,
del mantón de Manila y del coche de caballos no se puede prescindir. “Toíto nos
lo pue quitá este gobielno menoh lah ganah de divertinoh, ea”. Sevilla es así,
crisis y paro nunca podrán con el alma andaluza.
Desde lo alto, Santa Cecilia se
refleja en el Pisuerga y comprueba si tiene bien puesta la peineta; Santa María
la Real se coloca un caracolillo sobre la frente y el castillo acompaña con
palmas a los lugareños que afinan guitarras que han hecho enmudecer a rabeles y
panderetas y ensayan las bulerías que han desterrado las campurrianas jotas a
lo pesau. La ciudad andaluza, envuelta en ese maravilloso olor a vainilla que
le proporcionaba su prestigiosa industria galletera, sigue siendo envidia de
todo el que cruza la cercana autovía camino de los Picos de Europa.
Desde su tumba, entre risas y vergüenza
ajena, García Berlanga lo filma todo y busca ya un nombre sonoro y comercial.
Y cuando llegue noviembre,
Halloween y Acción de Gracias
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