No puedo decir que he sido
persona de orden de toda la vida porque de joven era todo lo rebelde que
correspondía a aquel momento. Y en lo de ser persona “de orden” entiendan
ustedes lo que por ello se entendía durante el franquismo. Ahora sí, ahora que
ya no puedo peinarme –no vean lo que me ahorro- me había vuelto acomodaticio y
simplón. Mea culpa.
Y en éstas llegó la crisis. Y
ZapaHuero, el que negando la evidencia la alimentó, dejándola crecer,
dejándonos a su merced, preparando las primeras leyes que favorecieron los
desahucios. Y llegó también Rajoy. Y todo estalló. Pensiones, edad de
jubilación, edad de incorporación al trabajo, derechos laborales. Todo estalló
cuando estalló la burbuja inmobiliaria. Ésa que todos los días abría los
titulares de los periódicos pero contra la que nadie tomó medidas.
Y me harté. Me harté de que a mi
vecino le desahuciaran por deberle unas mensualidades a un banco que perdonó
millones a los partidos políticos. Me harté el día que ZapaHuero me recortó el
sueldo un cinco por ciento y el día que Tajoy (…conste que iba a escribir
correctamente, pero parece que mi subconsciente se ha adelantado) …y el día que
Tajoy se quedó con mi paga extra. Y me harté el día en que a mi sobrino le
despidieron del tercer o cuarto minijob y tuvo que emigrar. Y me harté cuando
me enteré del dinero que nos gastamos (¿quién, yo?) en televisiones públicas o
en cambiar los rótulos del ministerio. Y me harté de las subvenciones a los
partidos políticos, casi todas a los mismos dos partidos políticos, mientras me
suben el IVA al 21%.
El caso es que los tajos se los
tienen que llevar siempre los de abajo. Y siendo una persona de orden,
entiéndalo malévolamente, cualquier día me apuntaría a un escrache. Pero ni en
broma ante las viviendas particulares, hay barreras que no se deben pasar. Yo
quiero hacer llegar mi ira, mi repulsa,
mi rabia, a las sedes de quienes nos han conducido a esta situación, a quienes
metían la cabeza debajo del ala mientras se iba acercando, a quienes hoy cargan
cínicamente las consecuencias de la crisis en quienes no la han causado. E
indicarles con un gesto tirano el sitio en que Caperucita llevaba la cesta a su
abuelita.
Quiero desmadrarme, quiero dejar
de ser tan “de orden” y apuntarme a la rebelión perpetua. Quiero provocar el
fin de todo para empezarlo todo de nuevo. Quiero provocar el fin de un sistema
político y económico que cada vez es más dañino para los débiles, pensado
solamente para reducir nuestras libertades, nuestros poderes, para hacernos más
insensibles a nuestros dolores. Para beneficio de ese ente fantasmagórico,
egoísta e insaciable al que llaman “los mercados”. O Merkel.
Pero cuando el mundo vive
polarizado entre dos partidos, dos opciones, dos sistemas, dos alternativas…
¿qué alternativa nos queda, qué sistema nos vale, qué opciones nos dejan, qué
partido nos conviene? ¿Qué nos incumbe cuando quieren que nada nos incumba?
Cuando la rabia de la injusticia hace presa en el justo, cuando el descrédito
en el sistema ahoga al que confiaba en él, ¿queda otra posibilidad que desear
el fin de todo para empezarlo de nuevo? A ver si esta vez hay más suerte,
quiero decir.
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