Entiendo que toda sociedad, por
muy avanzada que sea necesita sus mitos, sus ídolos, seres reales o imaginarios
que colocados por encima del nivel del homo vulgar representen para él un ideal
inalcanzable. Los futbolistas cumplen esa misión.
En la más rancia antigüedad el
sol, el trueno o el rayo eran temidos y adorados; a medida que el hombre ha
comprendido e incluso dominado la naturaleza ha desmontado esos mitos. Hoy la
religión cumple una misión semejante, tratando de provocar en nosotros una
imitación de posturas, acciones o actitudes dignas de ser seguidas por aquellos
que quieran ser mejores. Como los lectores conocen sobradamente mi postura de
implicación y respeto en este terreno no tengo más que decir.
Sin embargo se me hace cuesta
arriba comprender cómo hombres hechos y derechos, grandes padres de familia, encargados
de subsección e incluso responsables jefes de sección de importantres empresas, tengan por ídolos o por
demonios a estos nuevos gladiadores endiosados que en un día de alegría y vino
se podrían comprar con su sueldo al aludido jefe de sección con toda su familia y empresa, dejarlos en cualquier vertedero y decir que se les ha perdido. Seguir
las vicisitudes de un campeonato de fútbol –o pongan ustedes el deporte que
quieran- y ocupar las horas de barra de bar o de partida de mus desmenuzando
filosóficamente las declaraciones de la novia del portero del edificio donde
vive el utillero del equipo de sus amores me parece de un infantilismo propio
de una sociedad que está… como está la nuestra.
Y si ya puestos a ello hacemos
análisis social y filosófico del comportamiento de un entrenador, elevándole a
los altares de la actualidad, diseccionando la profundidad de su mirada,
analizando si le ha salido un grano en sus últimas declaraciones o sus palabras
en realidad venían a cuento de un malentendido con el novio del amante de la
novia del que pinta las rayas del campo… me encuentro con una sociedad enferma
y necesitada de largas sesiones de terapia en el diván de un siquiatra, una
sociedad que mejoraría grandemente con un
trasplante de células grises provenientes de cerebros tan preclaros como el de Belén
Esteban.
Que un personaje prescindible como
Mouriño sea objeto de debate por sus afirmaciones o negaciones, por su presencia
o ausencia, por sus decisiones o indecisiones es propio de una sociedad mentalmente
tercermundista; que abra portadas o que encabece páginas es muestra de que el
sistema educativo español ha fracasado… si es que alguna vez ha existido. Que
un impresentable como Mouriño sea objeto de filias y de fobias demuestra que
nuestros dirigentes, desde hace generaciones, han conseguido su objetivo: que
las taras mentales, culturales y sociales de los concursantes de Gran Hermano
se impongan en la sociedad.
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