Los cristianos de Egipto, ante la
forzada islamización del país por el presidente Mursi encontraron en el
ejército, musulmán pero no islamista, un asidero para no caer bajo la barbarie
de la intolerancia.
Cuando sus derechos eran
amenazados por las masas adoctrinadas por los Hermanos musulmanes sólo un freno
en la creciente islamización de la vida civil parecía servir para sobrevivir.
Apoyaron el golpe, como millones de egipcios que se manifestaron tarde tras
tarde y apoyaron el golpe militar. Antes, tantas otras veces, no demasiado
tiempo atrás, esos mismos militares no habían sabido defender a los cristianos
coptos, siempre desplazados en su propio país, siempre apartados de la vida
pública.
Hoy los cristianos son las
principales víctimas de la intolerancia musulmana. De algunos musulmanes,
quiero decir, de los más intransigentes, de los más asilvestrados. Y el
ejército desplegado contra su propia población no evita los incendios de tantas
iglesias y centros culturales católicos, twitter arde en fotos reveladoras de
la barbarie cometida contra esta minoría religiosa.
No se trata de actos ocasionales,
como hasta ahora estábamos acostumbrados, en los que el ejército, ese mismo
ejército al que se han aferrado los cristianos, hacía la vista gorda, sino de
actos repetidos, ya habituales, dirigidos a la venganza, en los que los coptos
(aún guardo recuerdos de mi visita a una iglesia en ese país hace ya muchos
años) son masacrados, asesinados y sus bienes y posesiones incendiados junto
con sus templos.
Algunos esperamos una voz del
Papa. Ya.
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