Llueve navidad sobre Palencia y
el vendaval barre la ciudad, Zoilo viene
a mí y pone su cabeza en mis rodillas. No hace un año que llegó y es todo
cariño y dulzura. Me mira, espera y pregunta. Si satisfago sus dudas sale
contento y con la cabeza alta. Si no, permanece inquisitivo hasta que una
caricia y unas palabras distraen su atención. No, no puede sustituir a Fermín
pero no sabe que ésa era su labor. Simplemente es él y ya está.
Al amanecer sale dispuesto a
comerse el mundo, pero le calman esos minutos de espera hasta que me visto como
el invierno mesetario reclama. Ya en la calle ladra a la mañana y aspira cuanto
trae el aire. Visita árboles y farolas y continua nervioso hasta que recorremos
el parque. Si el día lo permite alargamos el camino para saludar a viejos
conocidos, se huelen, se abrazan y se ladran: tarea hecha.
Le distraen los documentales y se
sabe todos los secretos del Serengueti y del Masai-Mara. Conoce la época de migraciones
y cuántos cachorros hay en cada camada de leones. Cuando los cocodrilos se
ponen a la faena, me pregunta desconcertado si no pienso hacer nada; de pronto
da un salto y sin pedir permiso viene a mi halda, vuelve la cabeza y deja los
acontecimientos pasar. Esconde el hocico bajo mi brazo y le acaricio para
calmarlo, pasan unos minutos y ronca furiosamente, si le despierto levanta una
ceja y me dice que le deje en paz.
A veces viene conmigo a escribir,
pero le aburre la inactividad, recorre la estancia buscando entretenimiento y
me da en la rodilla, dejo el teclado y nos peleamos en broma. Nos miramos
profundamente a los ojos y nos retamos como si fuésemos rivales ante una presa.
Le persigo y me persigue, no claudica, gruñe y me provoca. Cansados, nos
tumbamos en la alfombra uno al lado del otro y dejamos que Pachelbel, por
ejemplo, nos relaje.
Finalmente llega el mejor
momento, mientras en la tele las series americanas descerrajan tiros o mientras
las groseras comedietas españolas perpetran su cotidiano asalto a la
inteligencia, él y yo nos vamos a respirar Palencia. Cuando la noche se ha
hecho y las calles se vacían ante el impulso del hielo, nosotros recorremos la
hojarasca que cubre nuestro barrio y despedimos el día repasando lo acontecido
y preparando respuestas para los retos del día siguiente. Al llegar espera
junto a su puerta a que me despoje del invierno, lloriquea y me mete prisa. Sé
que antes de llegar yo a mi habitación él ya está dormido y satisfecho.
2 comentarios:
Cuando Adán y Eva abandonaron el paraíso se llevaron con ellos a su perro. Dios hizo como que no se daba cuenta porque sabía que el camino del conocimiento y la razón que habían elegido era árido y tortuoso y un perro siempre templa el corazón.
Qué bonita idea, Ana, de haberla conocido antes la habría incluído. Para la próxima ocasión. Gracias por tu visita
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