Dice mi suegra que “líbrenos Dios
de la hora de los elogios”. Cuando empiezo a escribir en la fría tarde dominical
va a intervenir Alfonso Guerra en esa batalla de elogios hacia Adolfo Suárez en
que se ha convertido la programación de las televisiones españolas. No sé qué
dirá el antiguo vicepresidente del gobierno pero cabe suponer que irá en la
empalagosa línea de elogios. Él, que tanto le atacó; él, que tanto le vituperó;
él, que tantas críticas amargas dijo pública y oficialmente.
Tiene Adolfo Suárez todo mi
respeto, le tocó un papel fundamental en la historia de España y lo desempeñó
con nota alta… aunque España y la Historia terminaran por devorarle. Es sin
embargo esta universal costumbre del elogio indiscriminado lo que me ha animado
a escribir esta nota discordante. Líbrenos Dios de la hora de los elogios.
Si la obra ha de juzgarse por su
desenlace final, la de Suárez tiene aspecto de fracaso. España está gravemente
enferma de paro, de desahucios y de desamparos en general; si todo ello puede
ser pasajero y superable (¿en una generación?) persiste todavía el problema de
los nacionalismos. Se creyó dar en la diana al crear la España autonómica de
doble velocidad, Cataluña, Galicia, Euskadi y Andalucía (sí, también) con
estatutos de primera clase, mientras a los demás se les marginaba, se les
impedía el acceso a unas armas legislativas que les permitiera competir en
igualdad de condiciones.
En el caso de Castilla el error
es sangrante. Castilla encabezó el movimiento centrípeta que acabó de formar
España y España se lo ha agradecido desangrándola, desmembrándola y vaciándola
de gentes y de industria, por lo tanto también de futuro. Fueron las ambiciones
de los barones de UCD, supuestamente controlados por Adolfo Suárez, los que
desmembraron Castilla, haciendo del histórico puerto de Castilla una autonomía
inventada llamada Cantabria. Otro tanto pasó con la actual La Rioja, donde
hasta entonces se pensaba que había nacido el castellano (¿si La Rioja no es
Castilla, por qué se llamó “castellano” y no “riojano” al idioma que hoy hablan
400 millones de personas?). Madrid, la capital de todos, se separó de su núcleo
original, fragmentando a Castilla una vez más, y convirtiéndola en un lugar de
nadie. Alguien, qué maldad, se inventó una Castilla-La Mancha de la que nadie
había oído jamás hablar.
El alboroto era tal que hasta un
diputado por Segovia –Modesto Fraile- estuvo a punto de conseguir autonomía
exclusiva para la provincia del acueducto. Ahí Suárez se plantó. ¿Por qué no lo
hizo con Cantabría, con La Rioja, con Madrid? ¿Por qué a nadie se le ocurrió
inventarse una Castilla-La Alcarria? ¿Por qué no, tal vez, una Castilla-Ribera
del Duero? ¿Por qué Cataluña, Aragón o Andalucía están completas y a Castilla
se la troceó? Suárez era castellano, ¿qué sentía por Andalucía o por
Extremadura que no sintió por su Castilla?
Y todo esto con plena
satisfacción y frotamiento de manos de los nacionalistas que veían una
dificultad y un competidor menos, sin Castilla España era más fácil de asaltar,
sus deseos más fáciles de conseguir. Se cedió por primera vez ante los
nacionalismos desgarradores, creyendo que alguna vez se sentirían satisfechos y
limitarían sus pretensiones, pudiendo dedicarnos sólo a crecer y mejorar.
Craso error que nos tiene casi
cuarenta años postrados ante los nacionalismos. Liderada por Castilla España
sería un país propio de su entorno sin más problemas que los que el desarrollo
capitalista puede dar. Pero se prefirió un modelo sin límites, un Estado que se
estirara sin fin, cediendo una y otra vez. Como se ve no ha servido para nada.
Castilla no existe en España, no
tiene voz, no pinta nada. Las decisiones comunes corresponden a las presiones
nacionalistas. Castilla no tiene un régimen impositivo favorable, como Navarra
o el País Vasco (¿por qué? ¿No somos todos iguales?) ni tiene a su favor unas
leyes autonómicas con las que presionar al Estado. Al final lo de Cataluña se
resolverá cuando nuevamente a los castellanos se nos exija pechar los impuestos
para sufragar la veleidades de Artur Mas y su ideología sectaria y clasista.
Como hemos hecho tradicionalmente hasta desangrarnos en nombre de esto que
llamamos España.
Hay más “Sánchez” o “García” en
El Penedés que “Andreu” o “Capdevila” en toda Castilla, por algo será. Pero no,
usted no se preocupe, no.
1 comentario:
100% de acuerdo con este post. El sistema (¡¡¡con la complicidad de la casta política castellana!!!) lleva camino de llevarnos de vuelta al Siglo XVI y XVII donde los castellanos mantenían la corona con sus impuestos y sus continuas levas de soldados mientras que los demás territorios también eran súbditos de la augustísima Casa de Austria...pero única y exclusivamente para todo aquello que puediera beneficiarles. Y a modo de "agradecimiento", continuo resentimiento, odio y acusaciones a una Castilla que se desengraba de un año a otro. La transición y la descentralización pudo haber sido aprovechada para crear una Castilla unida y con peso suficiente para haber defendido sus intereses y el futuro de sus habitantes. Pero con la casta política castellana topamos...
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