Hace ya muchos años que vengo oyendo a mi suegra que “líbrenos Dios de la hora de los elogios”, cuánta sabiduría popular reunida en una escueta sentencia, la vida y obra de Adolfo Suárez condensada en tan pocas palabras. Cuánto nos gusta a los seres humanos engrandecer a posteriori aquello o aquellos a quien no hemos valorado en vida, es un mal común a todas las culturas, supongo.
Ha sido lamentable escuchar estos días a una sucesión de políticos que entrevistados repetidamente por todas las cadenas de radio y televisión coreaban una larga lista de elogios hacia quien durante años habían minusvalorado o incluso despreciado claramente. De pronto Adolfo Suárez era amigo de todos, todos le reconocían una labor inmensa y elogiaban sin fin, mientras a continuación criticaban a aquellos que tanto le habían reprochado.
Curioso el comportamiento humano, el mismo personaje que había sido criticado, abandonado e incluso ofendido a lo largo de su trayectoria humana y política por muchos de los que intervenían se había trasmutado en un personaje épico y digno de un sinfín de elogios. Aquellos que habían contribuido a descabalgarlo en beneficio propio y de sus propios intereses eran ahora sus máximos turiferarios. Líbrenos Dios de la hora de los elogios.
Con la prensa ha ocurrido otro tanto. Las mismas cabeceras que contribuyeron a la debacle personal de Adolfo Suarez le han reconocido durante estos días unos méritos equiparables a los de los caballeros andantes o a aquellos conquistadores que con un puñado de esforzados cruzaban continentes enteros haciendo frente a enfermedades, enemigos y naturaleza hostil. Ha sido curioso durante los primeros días de esta semana leer titulares grandilocuentes, “Forjador de la democracia”, en el mismo periódico que tanta amarga crítica le regaló.
Supongo que es la condición humana, que hay que aceptar que somos así, incapaces de encontrar un punto medio en el que situar nuestra mira, que a nuestra torpe opinión la muerte todo lo engrandece y magnifica. Sin embargo estos hechos se repiten frecuentemente sin que acertemos en equilibrio y justicia, todo lo que eran críticas hace años se han trasmutado en elogios desmedidos, sin que la experiencia nos sirva para evitar lo incapaces que al parecer somos de mantener un adecuado equilibrio.
Sin embargo, nadie parece advertir que la magnitud, sobredimensionada o no, de la obra de Suárez hace tiempo que se ha perdido, que nuestros políticos son incapaces de llegar a un acuerdo que implique coexistencia y no rivalidad y que la España que él contribuyó a fundar corre peligro debido a la estulticia de unos y a la inacción de otros, nadie parece advertir que en su tarea, primando a unas autonomías y menospreciando a otras, cediendo ante las presiones nacionalistas, está la base de la disgregación que ahora nos amenaza.
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