Las encuestas predicen un claro
descenso de los dos grandes partidos en las próximas elecciones, aquellos que
protegen a toda máquina el actual e injusto status quo de la ley electoral,
ambos grandes beneficiados de un sistema injusto y que a su vez genera nuevas
injusticias al impedir superar con sangre nueva las incapacidades de estos
grandes dinosaurios que impiden la regeneración social.
El sistema partidario, no sé si
tengo que aclarar que la democracia me sigue pareciendo, también a mí, el menos
malo de los sistemas políticos, está taponado por unas organizaciones anquilosadas,
máquinas electorales bien engrasadas pero que hace mucho tiempo han perdido el
contacto con la calle, el conocimiento de la realidad. Se supone que los
partidos son una cinta sinfín que traslada a la política, y al Parlamento, los
sentimientos populares, aunque hace mucho que, al contrario, se han convertido
en una correa de trasmisión de ideología, de excusas y razonamientos escondidos
tras la ideología, bajando desde las cumbres borrascosas de las Comisiones Ejecutivas
al pobre currito de calle que asume y trasmite aquello que le mandan quienes
gobiernan las portadas de los periódicos, las comedietas televisivas, y las
entradillas de los telediarios.
No sirven a la sociedad, no
funcionan, son refugio de gentes anticuadas que creen que su ideología lo
soluciona todo, que más vale un mal político de mi partido que un buen gestor del
otro, son refugio, son organizaciones decimonónicas, en algún caso
textualmente, cuya máxima aspiración es mantenerse. Y si es posible en el
poder.
No sé si quienes pretenden
sustituirlos habrán aprendido la lección, pero en los últimos cinco años el
bipartidismo ha perdido un 22% de votos… que evidentemente no han llegado en
suficiente manera a nuevos partidos. La sociedad ve necesidad de savia nueva y
partidos de reciente creación, desde la extrema izquierda a la extrema derecha,
aspiran a recibir ese apoyo del votante desconsolado. “Podemos”, “Vox”, “Ciudadanos”
y “UPyD” son sangre nueva que debe renovar el pernicioso efecto de la
consanguinidad entre PP y PSOE.
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