Como muestra de que ya tengo unos
cuantos años diré que me importa más la muerte de Lauren Bacall que la de Robin
Williams. No, no soy especialista ni entendido en cine, no. Para mí las
películas en blanco y negro tienen una calidad que difícilmente alcanzan las
más actuales. Échenle colorines, bandas musicales, efectos sonoros y digitales,
que donde estén Lauren Bacall y Humphrey Bogart, por ejemplo, debemos hacer una
genuflexión.
De aquellas películas me enamora
la luz, los encuadres, los diálogos y muy especialmente los grandes actores que
en los años cuarenta y cincuenta poblaron Hollywood. Llámenme nostálgico pero
aquellos diálogos son irrepetibles, aquellos actores son inigualables y si
hablamos de directores, quitando el artificio que prestan los ordenadores,
aquellos directores son incomparables. Déjenme añadir que recreando ambientes,
"atmósferas" diría el erudito vanidoso, el conjunto de directores,
iluminadores, guionistas, actores y atrezzistas dejaba muy lejos a cualesquiera
de los actualmente consagrados.
Esta preferencia la he dejado ya
marcada en mi blog "Un ciego en el cine Capitol", échenle una mirada, por favor, en el que Lauren Bacall y su "Tener o no tener" ocupan un
lugar de oro. Lauren Bacall dominaba la pantalla sólo con sus manos, con sus
caídas de cejas, con sus sonrisas insinuadoras. Y observen que no hablo de sus
insoportablemente hermosos ojos.
Nunca nadie encenderá un pitillo
de manera tan perturbadora ni hablará con la cámara como hablaba su mirada. Sus
maneras suaves y exquisitas absorbían la atención del público, su manera de
moverse por el decorado obligaban a los espectadores a permanecer pendientes de
su caminar, de sus manos o de esa irónica sonrisa que a veces asomaba por la
comisura de sus labios.
Lauren Bacall acaba de morir y
con ella muere la elegancia, la clase, la distinción y parte de la high society
del celuloide. Era una dama de la escena y no sólo una actriz, algo que se echa
en falta en la ordinariez de las actuales starlettes. Muere una mujer tan guapa
como elegante, que nunca necesitó "enseñar" para atraer, cuya belleza
todos admirábamos sin necesidad de haberle visto la rodilla, un hombro o, no
digamos, un escote mínimamente pronunciado. Las grandes actrices no necesitan
exhibirse para ser cotizadas y admiradas por el público.
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