Palencia es una emoción:

16 febrero 2007

La despreciable labor de España en América.

Que los vikingos habían descubierto América ya lo sabíamos casi todos sin necesidad de que viniera Chirac a denunciarlo. Los vikingos llegaron antes, pero eso no sirvió de nada a un mundo que no se enteró y no pudo sacar provecho económico, cultural ni de ningún tipo porque permaneció ajeno. Le guste o no a Chirac, hubo que esperar a que Colón llegase a América para que la cosa sirviera para algo, pero Chirac es un tipo estirado y chulo que se cree el descubridor del fuego y que piensa que todo el mundo debe estarle agradecido por el mero hecho de su existencia.
Téngase en cuenta quién es el personaje, el vanidoso mayor del mundo, encantado de andar metiéndole el dedo en el ojo a todo el que no sea Jacques Chirac. Capaz de matar moscas a cañonazos, lo mismo les pone una cáscara de plátano a sus enemigos políticos que empala cruelmente, pero con una sonrisa en los labios, a sus más fieles socios y colaboradores. Es un personaje incapaz de doblar el espinazo ni para ayudar a una anciana que hubiese tropezado.
Cómo será el hombrico de cerrado que es capaz de criticar la labor de España (Qué obsesión tiene con nosotros, Señor, con lo calladitos que somos) en el descubrimiento de América (“No siento ninguna admiración por esas hordas que fueron a América para destruirla”) pero es incapaz de apreciar el menor mal gesto en la colonización que sus antecesores franceses acometieron en Québec, por ejemplo. Y pongo Québec para remontarme lo más cerca posible a la época del descubrimiento, que la comparación sería mucho más contundente si pensáramos en la impagable labor destructora, racista y rapiñadora de Francia en el áfrica Central, por ejemplo. A Chirac eso de ver la paja en el ojo ajeno y despreciar la viga en el propio le va que ni pintado.
Porque la labor de España en América admite mil y una críticas, no fuimos unos santos, ciertamente, destruimos civilizaciones e hicimos desaparecer grandes culturas... pero no tenemos más que echar un vistazo a cualquier calle de Quito, de La Paz, de Lima y compararlas con las de Nueva York, Chicago o Connecticut: ¿Cuántas razas indígenas sobreviven en Norteamérica? Ah, y ya de paso echemos otro vistazo a los respectivos ejércitos, observemos los ojos y la piel de los militares y pensemos... ¿Quién borró lisa y llanamente de la faz de esa tierra las razas autóctonas? ¿En cuál de los dos casos cabe mejor hablar de genocidio?
Por cierto, no se nos olvide que todo lo anterior comporta una reflexión: Estamos aplicando al siglo XV los modos filosóficos, éticos y morales del siglo XXI, algo absurdo en sí mismo. Pensemos qué concepto tenían entonces de los Derechos Humanos, por ejemplo. “¿La cuala cosa es eso?” - habrían dicho si se les hubiera preguntado. Recordemos los derechos que entonces tenían los niños, las mujeres, y los propios hombres en general. ¡Ni siquiera existía el concepto de ser sujeto de derechos! Estamos hablando de tiempos en que la esclavitud era comprendida y admitida en toda América. Eran tiempos en los que los franceses exigían a los indios de Norteamérica que les trajeran las cabelleras de los ingleses que habían matado. Para poder pagarles por ello.
Sí, es cierto que los vikingos, ésos que bebían vino en las calaveras de sus enemigos, llegaron antes a América, pero no había ningún francés entre ellos.
A no ser que sirviera de vaso.

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