Los que ya tenemos mogollón de años todavía nos acordamos del botellazo a Juanito, aquel excelente extremo del Real Madrid. De botellazo a botellazo y tiro porque soy un cafre. Y espero que no vengan los cafres a reivindicar su imagen y a llamarme políticamente incorrecto, pecado mortal en la España de Zapatero y Zerolo.
El caso es que se me hace raro escribir de fútbol por primera vez después de cientos de artículos en este blog, pero la actualidad manda y mientras no tengamos un gobierno contra el que criticar bueno será el cafre/bestia del otro día en Sevilla, que de algo hay que escribir para poder respirar.
Porque España es un botellazo. España cuando lo de Goya era un duelo a garrotazos en un patatal infecto, pero dado que estamos en la era de las nuevas tecnologías hemos evolucionado y aguzamos el ingenio para introducir a escondidas en el estadio una botella culpable de casi asesinato. Aguzamos el ingenio y la puntería, coño, que ya hace falta tener tino a esa distancia. En vez de dos patanes matándose a garrotazos nos entretenemos con veintidós combatientes multimillonarios que se dejan la piel sobre un prado que mejor estaría para cuidar vacas lecheras, ahora que de tanto reducirnos la cabaña ganadera la leche está por las nubes. En vez de molernos las espaldas y la cabeza a garrotazos dejamos que otros peleen por nosotros y nuestro honor. Y el de nuestro pueblo.
Porque eso es lo que se dirime en la mayoría de los partidos de fútbol, si los de Valladolid son mejores que los de Bilbao, por ejemplo. O los de Venta de Baños mejores que los de Cantalejo de las Quintanas. Mejores en todo, mejores personas, más honorables y con mejor cuna. Eso es simplemente lo que se dirime en todos los partidos, el honor de la propia cuna. Siempre es así menos en los partidos de solteros contra casados de las fiestas del pueblo. La esencia del fútbol es jugar solteros contra casados, nada de los de un pueblo contra otro, ni los del barrio del río contra los del barrio de la estación. El mejor fútbol, más honesto y sincero, lo juegan los solteros contra los casados porque no empeñan el honor ni la honra ni nada: ninguno de ellos sabe en qué momento de su vida pasará a engrosar las filas del otro equipo. De momento eres soltero o casado, pero no sabes en qué equipo podrás jugar las fiestas del año que viene.
Mientras tanto mandamos a once afortunados esclavos a que diriman en nuestro nombre el honor del pueblo, del barrio o de la nación. Son ellos los que convenientemente remunerados sudan por nosotros y los que se dejan la salud en nuestro nombre mientras nosotros estamos cómodamente sentados en una butaca expulsando del pecho nuestras pasiones más primarias. Y con la boca llena del bocata de chorizo que nos ha preparao la parienta juzgamos, pulgar hacia arriba o hacia abajo, la labor de quienes hemos hecho depositarios de nuestra honra y nobleza. Y las de nuestro pueblo que todavía son más sagradas.
Y si no combaten con suficiente fiereza les esperamos a la salida porque con nuestro honor, nuestra honra y la virtud de los de nuestro pueblo no se juega. Pero lo peor suele venir cuando los jayanes que visten camiseta del otro pueblo cometen la osadía de no dejarse ganar, ¿a qué han venido hasta aquí entonces, por qué les cuesta tanto cumplir con su misión y salir derrotados? Ah, entonces, si los once nuestros no son suficientes, entramos nosotros en acción con una botella certeramente arrojada y volvemos a poner las cosas en su punto, en el punto en que siempre debieron estar: No hay nadie como los de nuestro pueblo.
Al final no estoy muy seguro de haber escrito de fútbol.
El caso es que se me hace raro escribir de fútbol por primera vez después de cientos de artículos en este blog, pero la actualidad manda y mientras no tengamos un gobierno contra el que criticar bueno será el cafre/bestia del otro día en Sevilla, que de algo hay que escribir para poder respirar.
Porque España es un botellazo. España cuando lo de Goya era un duelo a garrotazos en un patatal infecto, pero dado que estamos en la era de las nuevas tecnologías hemos evolucionado y aguzamos el ingenio para introducir a escondidas en el estadio una botella culpable de casi asesinato. Aguzamos el ingenio y la puntería, coño, que ya hace falta tener tino a esa distancia. En vez de dos patanes matándose a garrotazos nos entretenemos con veintidós combatientes multimillonarios que se dejan la piel sobre un prado que mejor estaría para cuidar vacas lecheras, ahora que de tanto reducirnos la cabaña ganadera la leche está por las nubes. En vez de molernos las espaldas y la cabeza a garrotazos dejamos que otros peleen por nosotros y nuestro honor. Y el de nuestro pueblo.
Porque eso es lo que se dirime en la mayoría de los partidos de fútbol, si los de Valladolid son mejores que los de Bilbao, por ejemplo. O los de Venta de Baños mejores que los de Cantalejo de las Quintanas. Mejores en todo, mejores personas, más honorables y con mejor cuna. Eso es simplemente lo que se dirime en todos los partidos, el honor de la propia cuna. Siempre es así menos en los partidos de solteros contra casados de las fiestas del pueblo. La esencia del fútbol es jugar solteros contra casados, nada de los de un pueblo contra otro, ni los del barrio del río contra los del barrio de la estación. El mejor fútbol, más honesto y sincero, lo juegan los solteros contra los casados porque no empeñan el honor ni la honra ni nada: ninguno de ellos sabe en qué momento de su vida pasará a engrosar las filas del otro equipo. De momento eres soltero o casado, pero no sabes en qué equipo podrás jugar las fiestas del año que viene.
Mientras tanto mandamos a once afortunados esclavos a que diriman en nuestro nombre el honor del pueblo, del barrio o de la nación. Son ellos los que convenientemente remunerados sudan por nosotros y los que se dejan la salud en nuestro nombre mientras nosotros estamos cómodamente sentados en una butaca expulsando del pecho nuestras pasiones más primarias. Y con la boca llena del bocata de chorizo que nos ha preparao la parienta juzgamos, pulgar hacia arriba o hacia abajo, la labor de quienes hemos hecho depositarios de nuestra honra y nobleza. Y las de nuestro pueblo que todavía son más sagradas.
Y si no combaten con suficiente fiereza les esperamos a la salida porque con nuestro honor, nuestra honra y la virtud de los de nuestro pueblo no se juega. Pero lo peor suele venir cuando los jayanes que visten camiseta del otro pueblo cometen la osadía de no dejarse ganar, ¿a qué han venido hasta aquí entonces, por qué les cuesta tanto cumplir con su misión y salir derrotados? Ah, entonces, si los once nuestros no son suficientes, entramos nosotros en acción con una botella certeramente arrojada y volvemos a poner las cosas en su punto, en el punto en que siempre debieron estar: No hay nadie como los de nuestro pueblo.
Al final no estoy muy seguro de haber escrito de fútbol.
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