Bélgica empieza a dar la primera batalla para desterrar el uso público de esa cárcel ambulante que es el burka. Las alianzas de civilizaciones nunca dan buen resultado si son a costa de saltarse reglas democráticas, quienes vienen a Europa pueden mantener sus costumbres, es bueno que las defiendan y las practiquen... siempre que no choquen contra las más elementales normas de convivencia que nos hemos dotado: El respeto a todos por igual.
La mujer es el mástil más débil sobre el que se mantienen algunas ¿civilizaciones? que en diversas medidas la mantienen sometida y discriminada, desde los que le niegan el acceso a la cultura o a la sanidad o la encierran en casa hasta los que simplemente la consideran un personaje secundario. Una sociedad que pretende defender a los más débiles, y lo tiene como sagrada máxima social que defender, no puede permitir este hecho aunque cuente con el beneplácito de las propias afectadas. No cuando esa misma sociedad se la coge con papel de fumar y consideraría discriminatorio que en un documento oficial, en un discurso de sus líderes o en el panfleto de las fiestas del barrio no se aludiera a “padres y madres”, “compañeros y compañeras” o “niños y niñas”. Es difícil comprender lo ridículo, pesado e inculto que llega a ser un documento de este tipo y lo imposible de mantener la dignidad y coherencia enhiestas si no se combate al mismo tiempo lacras infinitamente más grandes.
Bélgica da el primer paso, empieza a darlo, y debe ser el guía que nos lleve a los europeos a exigir a quienes vienen de fuera una aceptación de nuestras principales reglas de juego, consintiéndoles mantener todas sus costumbres ancestrales... que permita la democracia.
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