Conste que la muerte jamás me había preocupado, cuando alguna vez lo dije en la tertulia de la tele me contestaron “pues, hala, muérete ya”, lo que viniendo de un supuesto amigo me dio qué pensar sobre la facilidad con que colocamos la etiqueta de buena persona a alguien sólo porque sonría mucho y pague el café a menudo.
No me llamen ustedes agorero pero últimamente le vengo dando vueltas a eso de palmarla; tengo curiosidad por saber si una vez que caiga el telón seguirá el buen rollito detrás del escenario o si ya que polvo somos en polvo nos convertimos y sanseacabó.
Siempre he pensado que me gustaría asistir a mi propio entierro, desde fuera de la dichosa cajita, digo, para tomar nota de los que asisten y de los que no. No, mejor, para tomar nota de los que lo sienten y de los que les importo un bledo, el susto que les iba a dar a éstos por la noche. A mí lo de asistir a bautizos, bodas, entierros y otros jolgorios sociales nunca se me ha dado bien, y aunque me temo que al mío no podré dejar de acudir jamás se me ocurriría pedir a nadie que lo hiciera, qué innecesaria vanidad. Conste, familiares y amigos, que quedáis todos dispensados.
Llevo unas semanas dándole vueltas en la cabeza a esto de la muerte y la despreocupación de hace años se ha tornado en cabreante interés. ¿Y si me llega ahora, con lo mal que me viene? ¿Si el otro día el médico al levantar la cabeza de los análisis hubiera puesto mala cara? ¿Podría haberle pedido una prórroga?: “Oiga, mire, doctor, es que me pilla en mal momento, mirusté… ¿Podríamos retrasarlo dos o tres semanillas?”
A mí siempre me había preocupado la vejez. Que si cada día te duele una cosa diferente, que si ya no lees ni los titulares del periódico, que si los pañales no te ajustan bien, que si la comida del asilo te produce estreñimiento… La vejez sí que es jodía, me decía yo cuando no me veía nadie. Cuando fumaba en pipa me preocupaba que a mis futuros compañeros de asilo les molestara mi humo, pero desde que Zapa congeló las pensiones lo que me molesta es que nunca podría comprarlo si todavía fumara.
Ahora lo que me preocupa es la muerte, ya ve usté, no poder comprobar en qué acaba todo esto y no poder contarlo. ¿Habrá papel y boli en el otro mundo? ¿Seguirán aceptando mi columna en este periódico desde el más allá? Señor director, ¿cuánto vale una crónica cargada de sarcasmo y mala leche de la vida rosa del “otro lado"? ¿Habrá allí Belenes Esteban? ¿Y Saras Carbonero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario