Qué bonita sería la vida si
realmente fuese como un anuncio. Vas a comprar un coche, los plazos son cómodos
y asequibles, y con él viene la señorona buenorra que lo anuncia en paños
menores. La guardas en el maletero o en el trastero hasta que necesitas un
desahogo. Y encima a tu esposa no le importa.
Qué bonitas serían las mañanas si
fuesen como un anuncio. Cuando amanece, toda la familia, niños rubios y
sonrientes, esposa eternamente joven y bella, se reúne en medio de sonrisas
para desayunar juntos. A nadie parece costarle levantarse para trabajar, todos
parecemos joviales y animados y la marca de leche o los cereales que tomamos nos
aportan en un solo acto toda la felicidad que podemos envidiar.
Qué bonita sería la navidad si
fuera como nos dijeron que tiene que ser. Nieve alrededor de casa, suficiente
para embellecer el paisaje pero no como para imposibilitar un paseo matutino
con mi perro, llenos ambos de vitalidad y juventud. Las calles adornadas, mi
familia reunida, todos sonrientes, felices y despreocupados.
La comida, abundante, exquisita y
preparada por alguien misterioso y desconocido que facilita que la familia haya
salido, unida y cogida de la mano, por supuesto, a dar un paseo y tomar el
aperitivo. Antes o después todos nos reunimos junto al portal de Belén y
cantamos tradicionales villancicos, nos hacemos bromas y nos repartimos besos y
carantoñas.
Juntos y apiñados en el sofá, con
la chimenea encendida, vemos en la televisión alguna peli, americana,
naturalmente, mientras nos intercambiamos tiernas miradas y emocionados
recuerdos. El perro, viene hacia nosotros, se frota contra mis rodillas y
suspira satisfecho. En premio recibe una suculenta galleta y mi esposa, tal vez
mi hijo, pasa entre nosotros una bandeja repleta de turrón y dulces de la que
todos picamos algo.
En ese momento los vecinos nos
llaman para invitarnos a su casa, donde entre bromas, regalos y bellos
sentimientos nos expresamos con profunda sinceridad y emoción contenida los
mejores deseos posibles.
Pero cuando se acaba el anuncio…
no hay señora buenorra, los plazos del coche me resultan imposibles y la
familia ha desayunado a diferentes horas pan tostado del día anterior. En
navidad me falta parte de la familia que añoro y me sobran los primos segundos pesaos
que se nos han subido a la chepa estos días. Mi hijo ha tenido una pelea en la
discoteca de al lado o ha venido borracho porque un indeseable ha vendido
alcohol a menores.
En el ascensor he coincidido con
el vecino cabrón que le tira los tejos a mi esposa o a mi hija mayor entre
sonrisas de complicidad, la comida me ha producido un corte de digestión
arruinándome la Nochebuena y al final me espera una montaña de platos de los
que me resultaría más sencillo deshacerme arrojándolos a la basura directamente
que ponerme a lavarlos.
Por si fuera poco mañana y pasado
y al otro tengo que ir a trabajar. En la oficina hay un jefe nuevo empeñado en
putearme para hacer méritos. Como es sabido el año pasado Zapatero me bajó el
sueldo y éste Rajoy se ha quedado con mi paga extra. La depresión se ha quedado
a vivir en mi cabeza y ha empezado a amueblarla con alucinaciones varias.
¿Dónde narices está la navidad que me han vendido? Necesito un gusano
retorciéndose en un anzuelo para echarle el diente.
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